Era la época en la que los propietarios de  las casas del barrio Dangond, no habían sucumbido ante la tentación de construir apartamentos en los patios. La casa de mi compañero de estudios, tenía unos palos enorme de mango, a cuyos copitos nos subíamos a comer de ese fruto y a mirar a los techos de las otras casas, y por qué no, a ver a las niñas pasar. ¡Y a soñar!, era lo que más hacíamos. Él quería ser de todo, y yo cantante o locutor. Él tenía más cualidades para llegar lejos que yo,  al fin de cuentas era uno de los sabelotodo del curso, y por eso era el árbol al que había que arrimarse buscando su sombra. Aparte de ser piloso,  me daba la impresión que era además uno de los ricos del salón, pues nunca le faltaba un libro en su casa.

En 1985 nos graduamos de primaria en la mixta del barrio que quedada muy cerca a su casa y muy lejos de la mía. Nunca más supe de su vida, hasta el año 2000, cuando desapareció con seis de sus compañeros en momentos que adelantaba una diligencia judicial en zona rural del municipio de La Paz. En efecto, Mario Anillo había llegado lejos, era un flamante  agente del CTI y yo un periodista de RCN radio en Valledupar, en cuya cabina me enteré de su desaparición a manos de miembros de las AUC, que por esa época andaba llenando de sangre al departamento del Cesar.

Este doloroso episodio, ha sido de esos que me han acompañado a lo largo de mi carrera como periodista, y del cual nunca podría desprenderme.

Este 9 de marzo, se cumplen 20 años desde que los siete muchachos del CTI salieron de sus casas para nunca más regresar. Dos décadas de un drama que no se acaba para las familias de estos valerosos hombres,  que no solo sufrieron el horror de la guerra sino del olvido del Estado, el cual no ha hecho lo suficiente para acabar con el duelo que viven sus familiares.

“ Este es un duelo para siempre” dice Lucy Anillo, hermana de Mario, al señalar que para ser los muchachos miembros de la Fiscalía, esta no ha hecho lo suficiente para al menos,  ubicar el lugar donde han de encontrarse sus cuerpos, porque el que estén con vida, es una esperanza que perdieron hace muchos años.

Murieron sin hacer bien el duelo

Cuando las esperanzas de encontrar a Mario Anillo, Carlos Ibarra, Jaime Barros, Israel Roca, Edilberto Linares, Danilo Carrera Aguancha, y Hugo Quintero se desvanecieron, sus familiares se aferraron a la esperanza de que por lo menos sus cuerpos les  fueran entregados. Así comenzó la insistencia ante las autoridades para que no cesaran en la búsqueda, pese a hipótesis que se escuchaban sobre el destino final de los cadáveres.

“Que fueron picados y echados al río Cesar, que fueron enterrados con el vehículo en el que se movilizaban”, fueron dos de las teorías, de las muchas, que se han manejado a lo largo de estas dos décadas.  Teorías que se han ido al piso porque quienes han sido capturados al ser señalados de la masacre, han terminado tomándole mamándole gallo  a la justicia con información traída de los cabellos para ganar tiempo, y hasta beneficios del sistema judicial tan injusto que tiene Colombia.

Y en medio de esa lucha y de esa larga espera, no solo han muerto las esperanzas, sino varios de los familiares de los muchachos, entre ellos  el señor Mario Rafael, padre de Mario Anillo. Don Mario nunca pudo ver el regreso de los restos de su hijo.

Lo mismo ocurrió hace dos años con Vilma, una de las hermanas de Anillo. Ella también se despidió de este mundo, sin conocer el destino final de su hermano, el  consentido de todos,  si se tiene en cuenta que llegó al mundo cuando sus padres habían concebido anteriormente a cuatro mujeres y prácticamente ya habían perdido la esperanza de ver nacer un varón.

Otro de los que nunca pudo saber qué pasó con su hijo, fue el señor Hernando Carrera padre de Danilo Carrera Aguancha. Él también durmió para siempre sin saber como murió su hijo, si sufrió al ser padeció al  ser  asesinado, y si en algún momento suplicó por su vida. Hoy por lo menos, en el más allá, podría haberse encontrado con él.

» Ya nosotros no hablamos de que están vivos, ella su salud ha sido quebrantada, sufre muchas enfermedades a raíz de eso, a raíz del duelo inconcluso en estos años» dice Lucy Anillo, al referirse a su mamá y resignada por la muerte de su hermano, pero inconforme por no saber que pasó con su cuerpo.

Lo único bueno de todo esto, es que el drama de estos siete jóvenes del CTI, hizo que sus familias se unieran y hoy se consideren como una sola. Una sola que llora, que lucha por saber la verdad  y que espera que veinte años después, por lo menos puedan saber donde están los restos para cerrar un ciclo, y hacer el duelo como se merece todo aquel que ha sufrido una tragedia como esta.

Ceremonia

Para conmemorar esta fecha, los familiares de los agentes estarán llevando a cabo este nueve de marzo, una ceremonia desde las 4:30 de la tarde en la Biblioteca Rafael Carrillo Luquez.

Por Limedes Molina Urrego

Director Tuperfil.net

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