En estos días terriblemente aciagos, tristemente ensombrecidos por el cobarde asesinato de los periodistas, humoristas y caricaturistas del Semanario irónico francés Charlie Hebdo, lo reitero con repugnancia, en estos días abominables en que algunos paladines de la opinión intentan colocarle límites a la libertad de expresión y justifican el crimen perpetrado a los 12 periodistas por “ofender” a ciertos grupos sociales, parece que la humanidad está de regreso a las ergástulas del odio.

Parece obvio que ser sarcásticos con tales elementos o figuras sujetos de creencias exacerbadas da licencia para matar. Y obvio, hay que ser enfático en esto, el principal sello de la independencia de un medio de comunicación en todas las épocas y circunstancias es lograr molestar a todos.

Todos, eso dije. Molestar a todos tiene sus riesgos personales, políticos, económicos y jurídicos. Es decir, hacer uso de la libre expresión mató al célebre humorista colombiano Jaime Garzón, por ejemplo. Cerró las páginas de la Revista CAMBIO, otro ejemplo, e hizo exiliar a cientos y cientos de periodistas a lo largo y ancho de América latina. El ejercicio sereno de la libre expresión desbarata los argumentos políticamente correctos y las estadísticas fríamente calculadas de los corruptos y criminales que le han torcido el cuello a la democracia en todos los rincones del mundo.

En estos tiempos neuróticos los medios masivos de comunicación que en hora buena practican el humor y la sátira sin tener motivaciones políticas o ideológicas directas no pueden hacerse cargo de la ignorancia de la gente. Ese trabajo loable y complejo le corresponde siempre a la familia y al sistema educativo.

Por tanto, si la familia y el sistema educativo de un país o de un grupo social determinado, mayoritario o marginado, no supera los estándares de la lectura literal y es fácilmente impresionable de una u otra manera matará a sus periodistas o justificará que sean asesinados por no alabar lo “noble”, lo “sagrado”, o lo que sus “valores” religiosos indican.

Es sencillo observar cuando un medio es políticamente correcto y muestra la propaganda oficial que el Estado ofrece en calidad de menú cotidiano. Son dueños de las pautas millonarias y cómplices de estos gobiernos que “gobiernan” solo sus intereses económicos. Es fácil observar cuando un medio se arrodilla descaradamente al empresariado y se convierten en portavoces serviles de multinacionales que atentan contra el medio ambiente y la vida de líderes sociales que defienden sus derechos. En este texto obviamente David jamás domina a Goliat.

Por ello cuando un medio de comunicación se la juega por la sátira y el humor como herramienta de persuasión y ejercicio de las libertades humanas, debe estar preparado para recibir insultos de los extremistas, amenazas de los líderes de opinión que siempre dicen lo “correcto”, les cancelarán los contratos publicitarios, dejaran de ser invitados a los cocteles y a las comilonas donde se reparte el erario público. Y, aunque parezca repudiable, pueda que le suceda lo de Charlie Hebdo.

Y lo peor: puede pasar que la mayoría de las personas del mundo, entre ellos el amoroso Papa Francisco, repudien el acto terrorista, pero en la misma declaración reclamen de manera iracunda una asquerosa mordaza para la libertad de expresión. Como dice Moisés Naim, politólogo venezolano, “el único límite que se le debe colocar a la libertad de expresión, es más libertad de pensamiento para todas las personas en el mundo”.

Para Santiago Villa, columnista colombiano residenciado en Estados Unidos, “es un hecho que en todas partes hubo, hay y habrá musulmanes, judíos, cristianos, budistas, hinduistas, o ahora progresistas, que se sienten ofendidos por el humor del Semanario francés, es problema de ellos. El editor de una publicación satírica debe ser indiferente a estas sensibilidades, aunque habrá decisiones difíciles en un consejo de redacción. Para el público la advertencia debe ser: si no le gusta la broma no puede, ni debe comprar el semanario”. De seguro estos fanáticos aplaudirán la muerte de niños en la guerra, de la misma forma en que avivan odios, en vez de disentir civilizadamente con lo que publican los medios de comunicación.

Mario Vargas Llosa, el laureado escritor Peruano, con respecto al asesinato aleve de los periodistas franceses, es contundente al afirmar que, “no poder ejercer la libertad de expresión que significa usar el humor de una manera irreverente y crítica significaría pura y simplemente la desaparición de la libertad de expresión, es decir, de uno de los pilares de lo que es la cultura de la libertad”. Es claro que la crítica, la sátira, el humor y la ironía no pueden apartarse del ejercicio de la comunicación humana. Sin estos elementos fundamentales el lóbrego manto de lo “sagrado” seguiría cubriendo o encubriendo largos y funestos episodios de la historia de la humanidad. Por ello colocar censura a la libertad de expresión implica que muchas historias atroces se repitan.

¿Dónde hay que dibujar la raya? En la silenciosa dictadura del respeto que propicia y ha endiosado desmesuradamente a personajes y entidades intocables a la ley, a la crítica, al arriesgado lápiz de un caricaturista que no acepta la censura como estilo de vida.

¿Dónde hay que dibujar la raya? En la justificación absurda, como si fuera un insulso partido de fútbol, en donde la oración florida del catecismo del juego, es que la mejor defensa es un buen ataque, es decir, si Francia ayuda a bombardear territorios musulmanes, el asesinato de los periodistas es la respuesta pertinente. El estribillo favorito de la luctuosa época de la barbarie, ojo por ojo, diente por diente, se avala por doquier sin ningún pudor.

Si le dibujamos un límite (una minúscula raya) a la libertad de expresión le estaríamos dando la razón a los fanáticos y a los intolerantes. Confundiríamos la semántica del miedo con el reclamado respeto político o ideológicamente correcto. Ese “venerado” respeto que ha escondido violaciones horribles y delitos execrables a lo largo y ancho de la humanidad.

Si no le gusta la sátira, el humor y el sarcasmo en calidad de ejes de la libertad de expresión puede civilizadamente refutar, argumentar, contraargumentar y hasta demandar. Está en todo su derecho. Matar por ello siempre será un recurso inadmisible, injustificable y estúpido.

Quien no es capaz de reírse de sí mismo es más peligroso que quien se ríe de todo. Por tanto la violencia de los fanáticos no puede justificarse bajo ninguna circunstancia.

Cada que pasa un suceso repudiable como el de los periodistas franceses me pregunto ¿hasta cuándo la educación universal centrada en el derecho a la vida y en las libertades humanas, entre ellas la libertad de expresión continuará de vacaciones?

Osmen

Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.

Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.

Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.

 

 

 

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