«Uno se siente como en Barcelona, o en cualquier ciudad de Europa» dijo Maria Clara Quintero, mientras recorría la carrera Quinta de Valledupar la noche de este sábado 26 de Agosto. Ella, que ha recorrido el mundo, tiene por qué saberlo, y porque decirnos que este tipo de eventos se desarrollan en muchas partes del globo terráqueo.

Y es que la noche del sábado pasará a la historia. Por primera vez en Valledupar se celebra un festival en donde la caja, la guacharaca y el acordeón no son los protagonistas. Es más,  donde la música y el licor no es el que mueve a la gente aunque también estuviesen ahí. Lo que nos movió fue  esa magia indescriptible que se sintió en desarrollo del Primer Festival de la Quinta.

La iniciativa fue de tres emprendedores de la zona, quienes quisieron hacer algo para que la gente volteara a mirar lo que guardaba esa carrera antigua de la capital del Cesar, y a la que la gente solo volteaba los ojos durante la semana santa, o durante el Festival Vallenato, por la necesidad de recorrerla para llagar a la Plaza Alfonso López. La insistencia de Clara Molina, una de las organizadoras, parecía un grito desesperado de » ¡ey, no sabes de que te estas perdiendo!». Y tenía razón. La gente descubrió recorriendo la Quinta, ese encanto que construyeron aquellos conquistadores españoles que se mezclaron con los nativos, levantando casas que siglos después continúan en pie.

Pero el encanto no solo se lo dieron los constructores. Se lo dan esos emprendedores como Yaser, dueño de un bar con nombre de Palenke. Allí no suena un vallenato, sino la música cumbia, antillana y otros géneros. Y no es por rebeldía, sino porque en algún sector de la ciudad debe existir un oasis, como el que brinda un grupo de hombres viejos y jóvenes que se mezclan tocando música cubana que extasió a los asistentes debajo del balcón de un balcón.

El acordeón no quedó en el olvido. De hecho, fue el primero en sonar cuando de presentaciones musicales se trató. El grupo Zaeta,  ministerio cristiano que dedica sus letras al Creador, hizo de las delicias del público como apertura al evento. Y este instrumento se mostró desde sus pañales en el Museo del Acordeón, que llevó el compositor Beto Murgas hasta una de las viejas casas.

Comida por montón en uno de los callejones de la quinta. Lectura y pintura para los niños en otro callejón. La vieja costumbre de sentarse en las puertas a tertuliar. Enamorados que se besaban sin el menor temor, extranjeros que tal vez se sintieron en casa, y el roce roce del rico y el pobre, del negro y el blanco, del viejo y el joven, hacen que esta fiesta todo el que la vivió quiera repetirla.

El aliciente es lo que dijo Francisco Ovalle, Gobernador del Cesar al dar apertura al Festival; !se hara dos veces al año desde 2018¡

 

Por Limedes Molina Urrego

Fotos Jhony Molina Nova

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