Hay humedad, mucha humedad. Arbustos de un verde agresivo. Ramas belicosas que intentan pasar a través de las vidrieras de las ventanas. Parecen querer aprender lo que intentan enseñar los docentes: competencias socioemocionales, la biblia abierta de par en par sobre una caja de madera, lo antimonolítico de los sentidos textuales… Una hojarasca pesada que se ha venido acumulando con el tiempo permanece abrazada al calor del medio día. Ahí afuera pasa de todo: algunas flores mueren entre los dedos, otras flores seguramente las echaran de menos, otros se tienden en la hierba después de coger nidos, cazar pájaros, matar insectos negros, aquí viven las lluvias y los amaneceres, aquí la fatiga del viento encuentra un reposo sereno. Hasta las serpientes podrían volar, quien quita, ésta se yergue, obvio me refiero a la serpiente, averigua, sigo haciendo alusión a la serpiente, es ilusa, si, la serpiente, pero enseguida recuerda con cierto halo de nostalgia, que no nació exactamente para eso. La serpiente, ¿okey?

En el salón de clase de 11-01 se escucha con insistencia que el mundo está cambiando a un ritmo vertiginoso que no tiene precedentes. A la mayoría de estudiantes les importa un bledo tal aseveración. Para ellos siempre será más importante graduarse como sea y deshojar una por una las hojas muertas del futuro, sin preguntarse si son las hojas secas que el árbol del éxito desecha, en una clara invitación para que otros pájaros regresen a sus ramas.

Es Valledupar, un viernes de Agosto, el humo de la calle no alcanza a encender de nuevo el fuego viejo de una pasión perdida.

Mientras la tarde se aquieta por el patio coloreado de mangos, la vida se derrama por los pasillos del Leonidas Acuña, todo se amansa bajo la tempestad alegórica de una oración inaplicable. Aún le llaman el Padrenuestro. Seguidamente, Adler, lo reafirma, “la mayoría del conocimiento que tenemos hoy será obsoleto dentro de diez años. Lo que nunca será obsoleto es el repertorio de las habilidades para la vida que lleva cada persona, que incluyen las habilidades sociales y las emocionales junto con las cognitivas. Lo esencial es que los estudiantes de hoy aprendan siempre a seguir aprendiendo a través del pensamiento crítico, de la resolución de problemas, de la innovación, del liderazgo y demás habilidades, adaptándose a un mundo que seguirá cambiando a un ritmo cada vez más acelerado”

Pertinaz, tenue y silenciosa la tarde camina con timidez, su cuerpo plateado desfila ante mis ojos, cientos de voces calladas ataviadas de blanco y azul se tragan al Centro comercial Los mayales. Los pájaros adormecidos se refugian en las nubes cobrizas, seguramente ADUCESAR inventará un martes para reunirse con los docentes y contarles que la utopía de Adler hacer parte del libreto quijotesco de Sábados felices.

Entonces, ¿Qué tipo de ciudadano estamos formando? ¿Qué modelo de ser humano estamos dejando como herencia? Por un lado están las recetas coercitivas del nuevo Código de policía, una norma correctiva que desesperadamente le quiere encontrar la vuelta al círculo vicioso que se entrama  entre corrupción, recelo y malicia. La idea es que de ese sancocho dominguero de rio emerja con fuerza un colombiano honrado, honesto y justo. Me parece ver a Bart Simpson engañando a Milhouse por enésima vez y huir impunemente en su célebre patineta por las inmediaciones del Bar de Mou.

En la acera del frente estamos los que creemos que la indumentaria que mejor le luce a los y las colombianas del hoy y del futuro es aquella que combina pensamiento crítico, compromiso cívico, respeto al medio ambiente, democracia, ciencias, pluralismo… ¿Qué estrategias, qué docentes, qué instituciones, qué ideologías? podrían propiciar el nacimiento de semejante criatura para que no siga siendo una especie utópica, eternamente inconcebible, jodidamente en riesgo de extinción antes de ser procreada. Un poeta sin nombre me responde ebrio de incomprensión: por qué dormimos en esta oscuridad, pero confío en el despertar del corazón, en el despertar de aquellas almas guerreras, y aquellas puras como la noche.

Es un hecho, las instituciones educativas necesitan que sus docentes creen las condiciones de enseñanza y aprendizaje para que los estudiantes puedan ser cada vez más auténticamente humanos. En otras palabras, como dice, Mauricio González, “hemos fracasado en ese intento elemental, pues ya no se debaten las cuestiones fundamentales de la especie humana, porque no vemos lo esencial y nos  quedamos en lo aparente, permitiendo que la falsedad irrumpa en nuestras vidas y nos convierta muchas veces en seres huecos, rellenos de paja y  atiborrados de información. Hemos hecho de nosotros mismos una caricatura”. Las caricaturas humanas de hoy no se impresionan con el vuelo artístico del pájaro, ni con la asombrosa melodía del viento, y sí que menos, con la eterna resistencia sociohistórica del árbol de mango que no se queja ante la arremetida indolente del hormigón que lo ahoga a más de 40 grados.

Estamos sin saberlo a un clic de la muerte de la mente crítica y creativa. La decadencia moral y cognitiva de la sociedad asoma la trompa con el estruendo de un nuevo diluvio universal. Mientras tanto una serpiente de este lado del mundo, comprenderá con la debida sumisión el aluvión bíblico de una oración cáustica, y bajará, como debe ser de la ventana de vidrio.

Hay tormentas de hojas volátiles en los arboles sagrados fuera del salón de clase. Adentro hay una oscura quietud, las palabras son monolíticas, el conocimiento está de vacaciones y el colegio está vacío de preguntas, de planteamientos, de debates…

La frase de Lisa Simpson, más que frase es un chiste educativo, jamás sobra: pueden aceptar la ciencia y enfrentar la realidad o pueden creer en ángeles y vivir…

Por Osmen Ospino Zárate

@osmenw

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