Me gusta andar, pero no sigo el camino, me gusta anunciar que ha llegado la mañana, me encanta fundar a varias manos la esperanza, me da la gana saber lo que no pasa. Para Facundo Cabral era la vida. Para mí la educación.

Imaginen lo siguiente: temas, títulos, evaluación, didáctica, pedagogía, docente, decretos, normas, normitas, decreticos, expulsiones, llamados de atención, aprendizajes, enseñanzas, reuniones… todas esas palabras desgastadas, viejas, destrozadas, míticas y “desaparecidas” sueñan con convertirse a las 2 de la tarde en “conocimientos”.

En el aula de clase se ha inventado un “conocimiento” que sitúa a la “verdad” por fuera de lo político, lo ideológico y lo cultural del lenguaje. El lenguaje educativo con sus absolutos poderes “morales” frente a la memoria escolar “inventa” a cuenta de no se sabe qué un mundo develado. Les cuentan que la vida que les viene “pierna arriba” es catastrófica. Los estudiantes ponen a viajar la imaginación tirando papeles de sur a norte. Menos mal.

Querido profe, sus conocimientos no establecen las “verdades” del pasado. Los hechos, los datos, los lugares. Los recuerdos y las pruebas para los estudiantes de hoy son un meme “contaminado”, una Selfie inútil, un momento fatídico haciendo planas o barriendo pasillos. Creo que los maestros debemos dedicarnos a erigir con los estudiantes una relación vivible bajo la promesa que las cosas que se vayan aprendiendo sean temporales, prescindibles y descartables. Como todo en la vida.

Las “representaciones exitosas” del pasado del sistema educativo pierde todo valor crítico, si es que en algún momento lo tuvo, pues sus escenografías y actuaciones son ficcionales, por eso fueron o son “exitosas”. Había imágenes de horror y espectáculos de pesadilla, la tradición mágico-religiosa por fin había inventado la obediencia supina. La ética era desterrada por la ética. Como dice Canetti, “de no hablar más, poner las palabras una al lado de la otra y mirarlas”.    En general lo que no se puede “ver” (lo que importa realmente) del aprendizaje de los estudiantes, es lo queda después del recreo que se ha de llamar “entretenimiento”.

Los estudiantes por primera vez  están viendo a la palabra aprendizaje, que es la más importante de la biología humana, que no “habla”, que ha enmudecido, que nadie la “lee”. Los estudiantes se fuman la nicotina de sus dudas, sus contornos verídicos son la tecnocultura, para ellos las palabras con las cuales deben alcanzar la “felicidad” es sobrevivencia. Los docentes regañan. Son como Aquaman, ¿se acuerdan?, ganando una medalla olímpica en la prueba de Salto triple en la Liga de diamante.

Las palabras con las cuales se creó el aula de clase de hoy es un Padrenuestro dicharachero. Los expertos dicen que debe ser un concepto político, no ideológico, porque enseñar los 63 casos de factorización sin contexto es superstición, como también, cuentan, y no estoy de acuerdo, que cuando la educación es ideológica la crítica polariza el debate. No lo creo, pues es aburridor, que “el rio siga siendo una corriente de agua dulce”, y que no haya una hijuemadre discusión sobre el chiste huesero, ¡acuérdense!, que narra una incuestionable verdad: Cristóbal Colón fue el que le marcó el gol a Alemania en el Mundial de fútbol de Italia 90. Ese día hasta Caperucita roja sacó 5. Y el Lobo (un donjuán venido a menos) prometió llevarle serenata con una Champeta de Mr. Black.

¡Ustedes que creen! El aula de clase de hoy es un relato entumecido. La misma vaina de siempre: los colores grises, las miradas enfocadas en ese Análisis textual sobre La celestina de Fernando de Rojas que solo sirve para pasar Lengua castellana, o para saber, por fin, querido profe, que Franz Kafka es el autor de La vorágine, y no José Eustacio Rivera, y La metamorfosis, si La metamorfosis, es la palabra más pragmática que debe practicar toda Institución educativa en América latina.

Es necesario que los estudiantes cumplan con la “promesa de ser vistos” y los docentes con la “promesa” de abrir todas las puertas y ventanas a lo largo y ancho del túnel de la vida para que los estudiantes sean críticos, y no olviden jamás, que el Leonidas Acuña ya no queda diagonal a Klarens, ni al lado del emperifollado Centro Comercial Los mayales. Es Klarens quien tiene ofertas de Yogures light Diagonal al Leonidas Acuña y en el Centro Comercial Los mayales, Maluma lanzará su último disco contiguo al Leonidas Acuña. Es posible que Rodolfo Llinàs, también, sea el Director técnico del Valledupar Fútbol Club en el futuro.

La palabra educación y su principal espacio narrativo el aula de clase debe arroparse del discurso espiritual e intelectual, debe abandonar los dogmas sagrados y sus “verdades” intrascendentes, debe olvidar ese relato mítico desde donde se fundó, esa textura autoritaria, esa coraza déspota, que le hizo elaborar en las noches taciturnas unas formas de verdad trágica. Es tiempo de reflexiones. Reflexiones critico-creativas. Por qué si no, como afirma Magris, “la educación de hoy seguirá siendo una fulgente lápida funeraria, signo posesivo de la muerte de cientos de generaciones de estudiantes y docentes, plantada en el suelo como arma amenazante”.

Los estudiantes y los docentes en esta radiografía confusa somos lenguaje raso, relato grandilocuente: personajes inspiradores, no sé de qué cosa inverosímil, dolorosa sutura de una creación fallida, de un tiempo nostálgico que hizo agua, de una moraleja inexistente que se aleja cada vez más. La vida se nos agrieta calificando competencias, logros, desempeños e indicadores moribundos. Preferimos ser invitados incómodos observando con desconfianza desde el más allá la alegría, la belleza, la melancolía y los intereses de los estudiantes. Somos campeones del mundo de las “recetas” mediáticas, odiamos la creatividad y sus metáforas socráticas, lo inesperado, lo inconcluso.

No tenemos, quizás, las agallas para reordenar el mundo educativo. Somos la parte avinagrada del subsuelo de un mercado educativo rutinario.

Hacemos parte de la pasarela principal de un reinado informativo preocupado simplemente por vender más que la competencia.

Antes era “Ser pilo paga”, ahora es “Generación E”. Ese “empleo abusivo del éxito”, como relata Nietzsche, hace que la crítica sea esa conciencia inicial sobre la cual los sepultureros de la educación elaboran ese discurso predominante, rastrero y soberbio que ha llenado de “fantasmas” las aulas de clase de Colombia.

Rousseau lo dice, la educación de hoy sigue siendo, después de tanta perdedera de tiempo “el simulacro público de la virtud”. Obediente, lindo, bien puesto, arregladito; pero no sirve para nada.

Mañana es viernes, tengo clase en 10-05, como dice Benjamín, “no navegaré en el reino de los sueños, eso lo hace cualquiera, buscaré la constelación, las imágenes del despertar, despertar de un conocimiento, hasta ahora inconsciente, de lo que ha sido”

Antes de eso, seguramente, escucharemos una canción. Y seguiremos inconformes. El día que la educación asesine la inconformidad, será homicida de sí misma. Un reggaetón será el Himno nacional y a todos nos dará la misma mierda…

La educación de hoy no tiene palabras nuevas, al contrario, son palabras embalsamadas por la rutina de la gramática. No dejen que esas palabras sigan siendo espectros que se acurrucan en los boletines o en los diplomas de sus hijos. Léanlas para que encuentren en el Quinto lado de cada una de esas palabras lo que no quieren escuchar. Después admitan que esas mismas palabras son cómplices de lo que hacemos bien o mal en la vida.

Recuerden algo: la manera como leemos esa realidad crítica, en sí misma, es posible que haga la diferencia. Después de todo los estudiantes llegarán tarde o llegaran temprano, otros no vendrán más, saben por qué, porque nunca estuvieron, ni los buenos, ni los malos, ni los inquilinos de la promoción automática.

Mantenerse lejos de esa Institución educativa anárquica y frágil quizá sea el único sitio en donde sean felices…

Así algunos les pronostiquen todos los apocalipsis avalados por la Biblia de las frustraciones.

Por Osmen Ospino Zárate 

@osmenw

 

 

 

 

 

 

 

 

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