Desde la calle llegaban los gritos de una multitud sin nombre, sin rostro. Las viejas consignas del movimiento de docentes defendiendo otra vez la Libertad de cátedra sonaban bien.

Se sentía una melancolía real, diseminada, que a ratos endurecían las palabras. Una melancolía reemplazaba cualquier otro dolor que pudiera viajar en los cánticos que los maestros entonaban en favor de la Educación pública. La educación está en grave riesgo. En cuidados intensivos dicen.

Pude ver frente a mí una camilla destartalada con todo tipo de cables y botellas pequeñas contramarcadas y muchos computadores. Lo último que vi fue una enfermera rubia y pecosa que me ponía una mascarilla en nariz y boca. La misma enfermera levantaba un trapo empapado de agua, color azul, bordes amarillos, y me lo ponía en la cabeza. Los senos pequeños de la enfermera apuntaban a mi cara. El techo de cielo raso crema se tornó gris. El mundo desapareció debajo de mis pies.

Al rato llega un cura con cara de pedófilo, una monja de piernas espectaculares, y el otro, con rostro transido, debe ser Dios. Lo observo detenidamente. Si, igual que en las oraciones de mi mamá: alto, robusto, mirada terrosa, dedos ligeros, viejo, solo, obeso, ignorado, imagino que feliz. Así está la Educación en Colombia: en crisis, en estado gravísimo, pero con todo el mundo pendiente, a ver cuánto le pueden quitar, cuánto la pueden censurar, a ver si aún, a punto de morir, adoctrina.

Julián de Zubiría, experto en temas educativos, afirma que “en Colombia, los niños y los jóvenes en ambos tipos de instituciones (privadas y públicas) no aprehenden a pensar, leer, escribir, convivir o argumentar. Es decir, en el país la educación es extremadamente baja”. Lo anterior no es cierto que ubica a cada quien en su lugar. En el incuestionable debate educativo queda claro que todos estamos en el mismo sitio. Que algunos tengan mejor propaganda, no hay dudas. Que otros expresen relatos peor contados, es cierto.

Que no quepan dudas, si quieres calidad educativa, la Libertad de cátedra es el ámbito que la promueve y la garantiza. Si quieres oscurantismo, obediencia y abyección como herramienta para mantener la realidad tal como está, un sistema educativo ultraconservador, esclavista y fragmentado hará el resto.

Cada vez que paso por el “Círculo mágico” en el Leonidas Acuña, la virgen María me mira con absoluto recelo. Yo también a ella. Busco en la pared de enfrente y no veo una imagen de Rodolfo Llinás por ningún lado. No veo preocupación de parte de nadie. Yo, peligrosamente, me estoy acostumbrado a ese “paisaje”. Se oferta mucho plástico y poco reciclaje de conocimientos, en realidad. Y “Educamos” para el desarrollo humano, se vende menos que Vive 100 en los semáforos.

Las consignas se las va tragando el griterío de las bocinas de los taxis y los buses colectivos que se apretujan por los lados del Colegio Nacional Loperena. Todos comentan a baja voz, que es un momento complicado para el movimiento pedagógico en el país, y de hecho, una hecatombe para los pobres.

La idea es que el Estado denigre de sus maestros, los padres de familia se emputen con los maestros, los políticos quieran apoderarse de la Libertad de cátedra de los maestros, y claro, los empresarios, tan competitivos ellos, quieren que los estudiantes no piensen, que hagan y ya. Para eso al fin y al cabo es la educación de hoy, para que haya obreros y jefes, los jefes se formaron y se forman en  universidades de calidad y los obreros son unos comunistas perezosos.

Divide y reinarás. Es el propósito de todos los gobiernos de Colombia desde siempre. Mientras tanto los empresarios de la educación, un adefesio del agonizante modelo neoliberal, afilan sus colmillos.

Los docentes a veces hacemos parte del luminoso reparto de una película de mafiosos italianos. Puños, culatazos, besos, sexo. Una pelirroja abraza y asesina al amante desconfiado. Se arregla la falda, esconde el puñal, sonríe. Se retoca el labial carmesí. Suenan cuatro balazos. Se desploma con el cráneo agujereado.

Cuando se acaba ésa el aburrido docente pone otra película, una de narcotraficantes japoneses en Los Ángeles. Está muy buena. Una fulana de ojos negros y achinados observa desde la ventana. Está desnuda. El fulano la besa sin mirarla, siempre hacen lo mismo. Hacen el amor frente a un cuadro de Picasso. Un gato negro cruza debajo de la escalera de madera mientras fuman marihuana en un sillón de cuero. Después de un pecaminoso silencio, el fulano mata a la fulana. Y se va. Y no dice nada más.

La piel siente el contundente frío de la noche. Todos duermen. Hay jugo de guanábana en la nevera, café recién hecho y una bolsa de pan de uvas. El viejo profesor maldice y ama el internet al unísono. Busca, descarga, copia y pega. Ésta hijueputa diapositiva no se deja, pero ésta sí. La clase sobre Macroeconomía de mañana está lista. Eso, si los estudiantes se lo permiten.

El gremio docente se ha quedado ahí. Cada día se dedica a lamerse con especial paciencia las heridas que le han dejado esas viejas luchas, donde “buenos” y “malos” sobreviven a punta de la publicitada experiencia magisterial y la escasa productividad científica. Un campo de concentración es la institución educativa y la domesticación la principal herramienta didáctica. Como una secuencia; planificas, buscas los ejemplos, los conceptos dan cuenta de los ejemplos, las teorías confirman los conceptos y los ejemplos, colocas ejercicios en clase, colocas tareas para la casa. Son las 11 de la noche. Duerme. Pero ya perdió la fe en todo. Menos en el dinero que cobra por perder la fe en todo.

Al día siguiente la secuencia didáctica es apaleada por la realidad. El viejo docente respira profundo, baja la mirada por la pared, ladrillo a ladrillo, relee groserías, mueve la cabeza ligeramente de un pupitre a otro, como negando lo que imagina. Suspira. Vuelve a mirar a Valentina, ladea la cabeza, usa las palabras más idiotas, las dice muy pasito, “por dónde íbamos, hija”.

La arquitectura nuevísima y grandilocuente del sistema educativo sigue siendo cosmética y caótica. Las ideas novedosas para apuntalar los cimientos del desarrollo de la sociedad son buitres disecados que se exhiben en un ventanal de doble altura para probar que las cosas van por buen camino.

Por ejemplo, la Ciencia es un pasaboca de difícil digestión que se cae al suelo. Es un chiste que causa risa y se entiende cuando ya no hay remedio. En cambio las creencias y los prejuicios se pactan con la sangre. Eso se comprende de una. No necesita de un mapa conceptual para ser “tragado”.

Un día de estos los docentes de Colombia decidiremos caminar por la carretera, solos. Después de tres horas bajo las estrellas, después de oír el misterioso canto de los búhos y las lagartijas, deberíamos sentir una fuerza nueva para volver a las aulas. O, sentir que cientos de bobos útiles en helicópteros artillados vienen a quitarnos lo único que no nos podrán quitar: la libertad de cátedra o la dignidad, significa lo mismo.

La luz va cambiando sobre las fachadas del Centro comercial y sobre las paredes desnudas del Colegio. Las sombras de los árboles de mango se mueven de un lado a otro. Levitan.

Así como vamos la educación puede ser una tumba, sin nombre, dos enes mayúsculas grabadas en una lápida blanca, mucho plástico adentro, aguantando vendavales y tormentas.

Antonio Ungar, en “Tres ataúdes blancos”, lo dice.

 

Por Lic Osmen Ospino Zàrate

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