Perdonar es un don de Dios. No es fácil hacerlo, entendible. Somos sangre y carne, pero nuestra lucha – por lo menos para los que creemos en Dios – no es ni contra la sangre, ni contra la carne. Es contra  algo que no se ve, y que es muy fuerte.

Estamos adportas de iniciar unos nuevos diálogos con la guerrilla del ELN. El gobierno nacional, la sociedad civil, a la que se le promete gran protagonismo, se sentará con los líderes de este sanguinario grupo armado. Llegaremos con el dolor que aún sentimos por las masacres, por atentados con la fuerza pública, contra nuestra infraestructura, y una vez más, tendremos que perdonar.

Pero por lo menos que haya verdad, que se confiesen los delitos. La verdad libera y sana. Solo así podemos perdonar, cuando el otro, el agresor, el victimario se atreve con los pantalones bien puestos a confesar sus barbaries.

Tiempo al tiempo. El tiempo sana las heridas, y aunque algunas heridas no son del todo curables, podemos por lo menos seguir adelante y recordar el daño causado sin que nos ate al pasado.

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