La forma como Salvadore Mancuso cuenta sus crímenes. Verlo y escucharlo, me trae a la memoria la vez aquella que se presentó ante el congreso elegante como siempre, dirigiéndose a los padres de la patria. Me trae a la memoria, compareciendo ante la justicia colombiana, con portátil abierto y una vez más elegante de vestido completo, revisando los archivos y diciendo donde mató, a quien mató y en qué lugar estaban sus cuerpos.
Sorprende el cinismo, la tranquilidad con la que estos asesinos, hablan de sus crímenes como si se refirieran al sacrificio de vacas, o la venta de alguna mercancía.
Fríos, calculadores, implacables.
Ahora ante la JEP, ya no se le ve tan elegante, ni tan bien puesto. Los años pasan, y pesan. Pero los muertos en la conciencia también. No es posible que se pueda dormir tranquilo después de cometer tantos actos atroces.
Mancuso prendió el ventilador, y reveló verdades que ya eran de dominio público pero de las que se hablaban en voz baja. Pero no deja de sorprendernos todo lo que hoy dice. Y más que sorprendernos, horrorizarnos.
Pero la verdad, siempre será liberadora. Una catarsis necesaria para avanzar, para no repetir los mismos errores. Triste decirlo, pero en Colombia siempre habrá victimarios, cabecillas, muchos de ellos, ayer fueron víctimas.
Sigamos conociendo la verdad, pero nunca olvidemos las causas del horror. Un abandono estatal, un debilitamiento de la autoridad que dejó a la deriva los territorios. Un vacío de autoridad que se llenó con las vías de hecho, con las fuerzas ilegales. Eso generan los gobiernos débiles, la mano blanda, el olvido de un gobierno en un país tan centralista.
Ese vacio de autoridad llena de indignación a los pueblos, de impotencia a la gente, que en su legítimo derecho de la defensa, sale a protegerse a como de lugar. Ocurrió con las AUC – peor el remedio que la enfermedad – podría ocurrir de nuevo, si el gobierno sigue siendo tan blandengue.