Así se titula la película protagonizada por Gary Oldman, quien interpretando en esta cinta a Winston Churchil en 2017, se ganó el premio Oscar. Narra la película, la historia del primer ministro británico, que pese a todos los pronósticos, logró plantarle cara a Hitler contribuyendo así a su derrota, cuando todo apuntaba al triunfo nazi.
Pero la verdad, de esas horas oscuras no es que les quiero hablar, aunque les dejo esa recomendación cinematográfica para que se la vean, está en las plataformas disponible para todos.
Las horas oscuras de las que les voy a hablar, es de las vividas este lunes festivo, cuando por cuenta de AFINIA, los vallenatos estuvimos 15 horas y 40 minutos – en el caso de mi barrio – sin el servicio de energía, a pesar de que el anuncio de suspensión sería por espacio de 12 horas. Allá el iluso que le creyó a la empresa de energía, yo por lo menos sabía que la jornada iba a ser larga, como en efecto lo fue.
Gracias a Dios el clima nos acompañó y una temperatura primaveral hizo más llevadera la espera, que me permitió observar una vez más, como la falta de energía eléctrica definitivamente devela una serie de comportamientos sociales que a veces se nos olvida.
Cuando no hay luz, la gente pareciera que hablara más duro. Usted le escucha al vecino todo lo que dice, los niños lloran más que nunca, y el sonido ensordecedor de quienes, para vender una yuca o un plátano, encienden las calles de la ciudad con un megáfono sin que autoridad alguna lo controle.
Pero miremos el lado positivo. Gracias a la “ bendita” AFINIA, pudimos tertuliar como en los viejos tiempos, sin mirar la pantalla del televisor, mirando a los ojos a nuestros contertulios sin estar perdiendo el tiempo en el chateo.
Gracias a las tinieblas ofrecidas por la impopular empresa de energía, sonido ensordecedor de las parrandas interminables con equipos de sonido a todo timbal, callaron para darle paso a las risas sinceras, a los cuentos, a los encuentros con la familia.
No se que les parezca a ustedes, pero yo, sigo insistiendo que deberíamos por voluntad propia hacer un apagón de por lo menos tres horas una vez al mes, a ver si volvemos a mirarnos a los ojos – aunque alumbrados por velas – y a conocernos más.
Algo bueno tenía que salir del apagón del lunes 11 de noviembre.