No porque lo diga Gina Parody, la flamante Ministra de Educación, sigue siendo efectista y pertinente, que para mejorar en las Pruebas SABER, figurar decentemente en las Pruebas PISA y nutrir “productivamente” a las Universidades del país, las jornadas extendidas en las Instituciones educativas públicas deben materializarse. No quedan dudas en ello, seguramente que 1.600 horas al año son más que 1.200, tener mejores docentes en las aulas, es posible que hagan optimizar el sistema educativo y becar a estudiantes de los estratos 1, 2 y 3 en las Universidades de alta calidad son un incentivo que debe provocar la sana competencia en los espacios escolares.

No porque lo digan los expertos en el tema educativo, Colombia debe romper el círculo vicioso de la retórica conceptual, para construir una oferta en el campo de la capacitación docente a nivel de maestrías y doctorados. No esos estudios de posgrados virtuales o a distancia (aclaro: no porque sean a distancia o virtuales, sino por su pésima calidad) que han hecho que estos solo sirvan para adornar los egos, para encaramarse en los escalafones o para mejorar los ingresos de los maestros. Muchos títulos en los apellidos de los docentes, pero escasa progresividad de los aprendizajes de los estudiantes que la sociedad les confía.

El panorama en la Educación básica y media a la luz de las evaluaciones internas nacionales (Pruebas SABER) e internacionales (Pruebas PISA, TIMMS o SERCE) dan cuenta de una mejoría lentísima. Los estudiantes, los docentes, las familias y el estado colombiano evaluados a través de un puñado de muchachos en Ciencias, Matemáticas, Lenguaje e Inglés siguen mostrando resultados catastróficos en este sistema de medición de competencias, “inventado” por los países ricos para averiguar si los países pobres pueden “pagar” a mediado plazo las “deudas” adquiridas con la banca multilateral internacional.

Mientras tanto los docentes en su mayoría siguen empecinados soñando con dobles jornadas, atendiendo a los estudiantes con algo más de 800 horas al año, defendiendo con dientes y uñas “su” jornada laboral, y “sacándole” el cuerpo a la tan aplazada discusión sobre cómo mejorar los procesos de aula, a partir de propiciar avances reales en las prácticas pedagógicas por la cual el Estado les paga religiosamente. En hora buena el Estado colombiano, no porque lo quiera, sino por la presión de los procesos de globalización en los cuales está comprometido a nivel mundial, emprende un proceso ambicioso para ubicar a la educación como la pieza clave para empoderar un posible posconflicto en el país.

La implementación moderada y efectiva de las jornadas extendidas, el programa de becas para los estudiantes en condición de vulnerabilidad y el desafío de la excelencia docente hacen parte de un paquete integral para la creación de las mejores condiciones para el aclimatamiento de la paz. Se espera que los programas de capacitación docente en maestrías y doctorado se materialicen también con Universidades de alta calidad. Estudios estos que brillen por su rigor académico, un fuerte componente en investigación y un compromiso estricto con la producción intelectual de los docentes beneficiados.

La excelencia educativa más allá de la literatura luminosa que le cabe a los diplomas y la vanidad que florece por los cuatro lados de la egolatría de ese docente “que está más preparado que un yogurt”, no puede quedarse en esa especie de “doctoritis aguda”, que ha convertido a la educación en una “enfermedad” y a los estudiantes en pacientes terminales que pierden asignaturas, áreas, años o semestres, sin que esas derrotas sociales puedan vincularse directamente a esos docentes que saben mucho, pero no enseñan nada.

Quedan pocas dudas, o por lo menos, cada día las personas comunes y corrientes están más convencidas, en que existe (así los maestros quieran negarlo obcecadamente) una relación indisoluble entre un buen docente y un buen estudiante. Como también es un hecho irreversible: que no existen currículos, colegios, PEI o Universidades buenas o malas, sino docentes buenos o malos. Obviamente que el contexto familiar y social del cual se nutre el estudiante incide mucho. Eso es inocultable, pero cada día (eso también es indiscutible), los docentes deben des-alojar de su estructura mental ese chiste ridículo, en el cual siguen creyendo ciegamente: todo está perdido, todo sigue igual, competencias, objetivos, desempeños… y las demás arandelas didácticas de la educación moderna, es lo mismo de antes.

A estas Instituciones educativas y a estos docentes (En el fondo son lo mismo), el mundo les cambió y no se dieron cuenta. Desde todas las áreas del currículo pretenden re-inventar el fuego frotando piedras, creen posible educar a un estudiante que no existe, que está en el salón de clase, que respira, saca buenas o malas calificaciones, pierde, gana o se gradúa… pero no existe en la realidad. Hace rato (y es lo lamentable del asunto), es que ese estudiante le dio clic derecho en el botón de “eliminar” a ese maestro arrogante, sin que éste se de por enterado. La única conexión con el mundo real de éstos docentes es la contraseña con que visita el cajero automático con asiduidad.

Después de ese largo trasegar por los senderos de la Educación básica y media a los estudiantes se les aparece la Universidad como esa casa de las Ciencias que los alejará en definitiva de la miseria y la invisibilización social. Pero los claustros universitarios salvo honrosas excepciones están convertidos, las publicas por un lado, en las cajas menores de alcaldes y gobernadores, o peor aún, están en manos de las mafias regionales bajo el discurso antidemocrático que se deriva de la palabra autonomía. Y, las privadas, eso hay que entenderlo, pero no se puede compartir, son entidades que “venden” servicios sin ningún decoro, por decirlo de alguna manera, le negocian el alma al mismísimo diablo, si por alguna razón a éste personaje siniestro, se le diera por contratar las instalaciones de la Universidad para ofrecer un seminario, un acto de graduación o para un retiro espiritual.

Si los estudiantes creen que la Universidad colombiana es libre pensamiento, democracia, participación, ciencia, conocimiento, debate, investigación… calidad de vida, se equivocaron de película.

Seguramente encontrarán en las aulas universitarias más de lo mismo vivenciado en los espacios de la Educación básica y media: nepotismo, despotismo, amangualamiento, autoritarismo… la reproducción exacta de la sociedad que las instituciones educativas no han podido transformar.

Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.

Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.

Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.

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