Fui el niño más cobarde que pudo existir en mi época. Ni volarme del colegio, ni rallar las paredes, mucho menos dibujar vulgaridades en los baños, ni quedarme con los vueltos en fin. Nunca me atreví, porque el temor era que mis padres me hicieran lo mismo que a mi hermano; que me dieran correa. Él, mi hermano, se atrevió a todo. Vivió la vida de niño.
Otra de las cosas a las que no me atreví jamás, fue a encender pólvora en época navideña. Mientras mis primos, mi hermano, mis amigos de la calle usaban totes o mataburros, yo no pasé del traki traki y la chispita mariposa. Aún así, hoy muchos años después aunque me ufano de no haberme arriesgado con el uso de la pólvora, si veo que pude haber salido afectado, porque tanto el traki traki como la chispita no son tan inofensivos como parecen.
Pero eso, los padres irresponsables no lo creen. Hasta que ven a sus hijos padeciendo en las salas de quemados de los centros asistenciales.
Estoy seguro, lamentablemente, que este año volveremos a presenciar en la navidad, niños quemados por pólvora, como ya de hecho los hubo en la noche de las velitas. Nos parecerá in deja vu cuando leamos, escuchemos o veamos las noticias después de la navidad. La misma noticia del año pasado, que el año pasado también vimos.
Así las cosas, ¿vale la pena gastarse tantos recursos del erario en campañas de prevención que al fin de cuentas de nada sirven?. No se a ciencia cierta cuantos son los millones que se gastan los gobiernos en campañas para decirle a los padres, lo que ya deben saber: que la pólvora es peligrosa. Para decirles que hagan lo obvio, que cuiden a sus hijos. Es el colmo que aún estemos en estas todos los años.
Con candela no hay perro flojo, pero sí papás irresponsables.