Las autoridades han sido advertidas sobre la presencia de un taxista que a la vez que presta dicho servicio, le cuenta una triste historia a sus clientes.
En camino al destino al que va el pasajero, el conductor cuenta que está manejando porque requiere recursos para comprar el ataúd de su pequeño hijo, que supuestamente acaba de fallecer.
Más de un buen samaritano o incauto, ha hecho sus aportes al taxista, para que cumpla con el duro compromiso que tiene con su hijo, a quien debe darle cristiana sepultura.
La verdad, verdad, hay algo que no cuadra aquí. Como dicen por ahí, a este cuento le hace falta un pedazo. La gente está presumiendo que este señor, lo único que es, es un buen contador de historias que debería estar al servicio de Netflix. Otros creen que es mejor hacer el bien sin mirar a quien. Y mientras alguien aclara esto, surge una reflexión.
Cada día es más difícil apoyar a personas que viven sus propias tragedias, por cuenta de los avivatos que hay por ahí en las calles inventándose uno que otro drama. Niños en brazos todo el tiempo dormidos en los semáforos de nuestras ciudades mientras sus supuestos padres piden dinero. Personas con cicatrices que nunca sanan, y o con cirugías programadas hace muchos años. La señora que lleva años pidiéndole dinero a funcionarios de un edificio gubernamental porque tiene buenas relaciones con ellos, pero nunca les ha pedido un trabajo.
¿Qué hacemos entonces frente a esto?. Porque como dice la promo de una emisora por ahí , esto genera un dilema ético.
Yo por mi parte, decidí hace mucho tiempo, simplemente tener siempre dinero disponible para ayudar a los que más pueda, y tratar de ver a Jesús en cada rostro necesitado que deambula por ahí. Si me estafan, ellos se las arreglan con Dios.