Son las 6 de la mañana. Los estudiantes caminan lentamente. Mauricio le habla a Leonela de su Deportivo Cali del alma, Leonela le hace creer que él es el centro del mundo. Alejandro medita rodeado de su guardia pretoriana: Manuel, Hinojosa, Alba y Osman. Beleño grita, Morales sonríe. En el tablero se lee con claridad: castigar es más fácil que educar; pero siempre el castigo a largo plazo resultará más costoso para la sociedad en términos económicos, sociales y emocionales. Todo en mayúscula. Las enes parecen un cuatro. Martín Elías canta.

La educación, esa a la cual sobrevivimos todos los días, muere más despacio que los hombres; por eso solemos convertir en recuerdos vanidosos todo aquello que se relaciona con “aquella” educación. Quizás en esa mancha difusa de recuerdos volátiles que se llama educación, nadie ose preguntar por cuántos o cuáles libros te has leído, ni en cuáles o cuántas bibliotecas has dejado que la furia de la imaginación te atrape. Eso es inédito, sin embargo, en cada semáforo deberás presentar la reluciente Declaración de renta. Bajar el vidrio, subir el vidrio y seguir.

Es posible que en ese espacio imaginario que se denomina aula de clase, la educación deba buscar denodadamente un punto intermedio entre la rabia y la indiferencia. Entender los lados prístinos de la emocionalidad y retornar por los predios baldíos de la emotividad, y ya está, comprender el insólito fenómeno del pensamiento divergente.

¡Divergente! Sí, divergente, querido profe: eso indica que “su” pregunta tiene variados matices, lugares insondables, versiones cambiantes; es decir, la respuesta “esperada” por usted no existe, sólo habita en su cerebro convencional, adoctrinado y domesticado por alguna teoría “irrefutable” o por algunas creencias descoloridas.

Seguidamente puedes convertirte en esa docente autoritaria que destruye todo aquello que no combina con el color de tus prejuicios, o, se torna complaciente y cómplice sin poder entender el peso específico de las ironías. Cómo dice el poeta Federico Diazgranados, la educación está como está, pero “siquiera tenemos las palabras”.

Entiendo lo que pasa con la educación: todo iba mal, alguien creyó que un ápice de creencias – creer en endriagos omnipotentes, por ejemplo- haría que la especie humana mejorara sus sentimientos etéreos. Pero que va, ante la primera amenaza externa, así sea inventada, la deserción, la repitencia, la educación sexual, la argumentación, mezclada con un brebaje de miedo, y listo, la educación corrió como alma que lleva el diablo a renunciar a su libertad. Todo iba mal, pero no hay dudas, que se puede estar peor.

Tener una educación libre es un mito, ¿saben por qué?, porque los estudiantes, padres de familia, personal administrativo y docentes, como afirma, Conrad, “aman la servidumbre y buscan como animales asustados, un refugio seguro en la autocracia”. Adoran la trampa de los halagos, se sienten cómodos en la emboscada de los elogios, y por supuesto, son fantasmas en la industria de la hipocresía, pero no lo asumen.

Lo anterior indica que la educación sigue tal como está, porque entre otras cosas se debe entender que la realidad es inabarcable. Por tanto, la educación no puede verse por fuera de la monumental realidad, y de hecho, todo afán reduccionista en torno a la formación humana de niños y jóvenes, es una renuncia formal a comprender que la razón humana tiene límites.

Es posible que nos corresponda aceptar que la educación, lo reitera Glencoe, como la política está hecha de letras muertas. De frases totalizantes y pálidas, por ejemplo, “educamos para el trabajo”, “educamos con lecciones de vida”, “educamos para el desarrollo”.

Por el momento vayan sacando todo lo amontonado allá abajo, que no quede nada por ahí, prendan fuego a esos bultos: saquen a Montessori, a Freire, a Piaget, a Vasco, a De Zubiría, a Vygotsky. ¿Por qué hay que aniquilarlos?, puta palabra horrible, porque “sus” explicaciones están basadas en arquetipos soberbios, categorías sesgadas que aluden, por decirlo de alguna manera, a la cultura tal, a la geografía aquella o a las instituciones eclécticas. Ubican a la diversidad en algunos cajones contramarcados con la frase “no tocar”, o condenada a ser entendida desde marcos teóricos farragosos. Con ellos también hay que ser escépticos de vez en cuando.

¿Cuál es la radiografía de la educación de hoy? La educación como vehículo racional de la formación humana es imposible. Simple, porque no es capaz de abarcar la diversidad de las especies. Un estudiante es ciudadano colombiano de origen venezolano, talante conservador, genitalidad masculina, orientación sexual “queer” y gustos universales – el reggaetón, historias burguesas y el fútbol- Las identidades son multidimensionales, las categorías estrechas no funcionan (“afro”, “minoría”, “víctima”). Y si, los docentes, como si fuera una partida de dominó, siguen calificando lo que “ven” y cómo lo “ven”. En lo dicho hasta aquí, prefiero que los demás tengan la razón, de pronto de esa manera el mundo se salve.

¿Pero qué es un docente, entonces? Es un fulano común y corriente que interviene en la formación integral –otro mito menesteroso- de la hablantinosa especie (estudiantes) y decide algunos asuntos cruciales, como si se tratase de un sapiente y todopoderoso consejero. Con sinceridad, creo que un docente es un observador resignado de la vida de sus estudiantes sin posibilidades concretas para ayudar a generar cambios racionales.

Tiene que ver, por supuesto, que se siguen enseñando los géneros literarios sin una miga de introspección y autocrítica. Somos indiferentes a las ideas políticas, sin percatarnos que desde ese nicho ideológico nacen las ideas educativas. Y qué decir del terror que causa abordar el debate sobre las doctrinas filosóficas. Si no nos ponemos pilas le hacen creer a los estudiantes que las ideas de Platón, Voltaire y Rafael Carrillo Lúquez murieron con ellos.

Cuando los estudiantes cazan peleas solitarias en contra de la reflexión, cuando averiguan que no son originales, que las frases que usan son dramáticamente vacías, es interesante decirles que ese es el camino, que van bien. Que parecerse a sus docentes no debe ser su deportivo favorito. Es bueno hacer búsquedas, como cuando niños, auscultar en la redondez del cero, palpar el viento entre las ramas, titiritar dentro de la nevera para saber de dónde viene el frío, ¿qué mierda es el alma? Detrás de esas interminables búsquedas está el camino a seguir.

Así fue desde siempre, Alejandro Gaviria lo recrea: la aventura de la humanidad solo puede entenderse en retrospectiva: un mamífero terrestre se baja de los árboles, comienza a caminar, inventa un lenguaje incipiente, complejiza su vida social y expande su lenguaje para garantizar la estabilidad de unos arreglos sociales, cada vez más complejos. En esa búsqueda inefable el tamaño del cerebro crece y da lugar a la inteligencia y a la razón, después aparece la ciencia.

Los estudiantes de hoy, mañana y siempre con herramientas distintas y situaciones cambiantes seguramente seguirán haciendo búsquedas. De vez en vez, que no les quepan dudas, algunos unicornios violetas llegarán aleteando a sus ventanas.

Sin embargo la forma de pensar de estos estudiantes de hoy los convertirá en personajes incómodos para la sociedad, mantendrán una actitud abierta ante los problemas sustanciales del mundo, y serán, de eso estoy seguro, capaces de mirar todas las facetas de los dilemas geopolíticos que enfrenta la especie humana.

Lozano, Labastidas, De la rosa, Víctor, Valentina y Bayona quieren tener la razón. Son rebeldes y me gusta. Cito a Orwell, muchachos, Uno no puede cambiarlo todo en un momento, pero uno si puede al menos cambiar sus propios hábitos, y puede incluso, cada cierto tiempo, enviar algunas expresiones gastadas e inútiles al trasto de la basura donde deberían estar.

     Después de todo la educación que sirve, no es la que yo les oriento, es definitivamente, la que ustedes se merecen.

Por Osmen Ospino Zárate

 

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