La mayoría de los amigos de infancia se quedaron en el pueblo curándose entre todos las ampollas de la miseria. La escuelita rural sigue ahí. Mientras tanto yo tomaba cervezas en un bar capitalino. Ellos no son mejores que yo. Yo mucho menos mejor que ellos. Recuerdo las mariposas grises revoloteando alrededor de la vela. Una se inmola (nunca supimos por qué) y apaga la vela. Esa escuela maltrecha guarda melancolías y disparates a cerca de los adverbios de modo y los posesivos átonos.

Los amigos llevan mochilas ligeras con algunos libros para reafirmar ideologías. A lo lejos dos pájaros cenizos dormitan y de vez en cuando miran de reojo a los muchachos. La universidad para ellos es una “vaina” inalcanzable. Para mí es un ámbito en blanco y negro en donde es posible encontrar cientos de formas para explicar la realidad. ¿Cuál realidad? La de la malla curricular, la de los estudiantes, la de los docentes, la de los tres. El agua de la pecera está vacía y los peces están nerviosos. La Universidad está vacía y los estudiantes están nerviosos. Quisiéramos que fuera así.

La Universidad es una institución cognitiva e ideológica que ya no se le concibe como un espacio distante de su escenario geográfico más inmediato como tampoco se le ve aislada del contexto político, social, cultural y económico en el cual sobrevive.  Por tanto, la malla curricular no es un tema exclusivo de la Institución educativa, sino que es un concepto transversal que involucra a la mayoría de actores que confluyen en la sociedad desde sus esferas más primigenias, hasta las oficinas relucientes del Ministerio de Educación. Entonces, todas las manifestaciones humanas que se suscitan alrededor de la Universidad se multiplican dramáticamente en sus aulas, oficinas, patios y pasillos, algunas veces a espaldas de los Proyectos Educativos Institucionales y, por supuesto, muy lejos de los objetivos sustanciales de las políticas educativas públicas. ¿Palabrería insulsa? ¿Ustedes qué piensan?

Tal cual lo señala Tenti (2008), “todo lo que sucede en la sociedad se “siente” en la Universidad”. Esta intromisión estructural que nadie vaticinó ha hecho que las rupturas programáticas, curriculares, investigativas, éticas y políticas que debe desarrollar la Universidad a través de sus estudiantes y docentes se haya decantado en favor del desorden, el caos y la frustración permanente. Ese germen de intimidación y miedo que nace y re-nace en la sociedad de manera déspota ha asaltado las estancias universitarias, sin que las autoridades hayan podido hacer algo para evitarlo. Mientras los estudiantes, los padres de familia y la sociedad en su conjunto reclaman a las autoridades políticas institucionales que contribuyan a la implementación rápida y efectiva de la malla curricular en calidad de herramienta para generar una coexistencia sana, las aulas universitarias son subutilizadas en actividades inadecuadas para los fines por los que fueron pensadas. Es decir, el currículo se queda sin respuestas. Las ideas revolucionarias dejaron de ser su fuerte, y los docentes, suben por las paredes resbaladizas tratando de huir de sí mismos. El cajero automático, cuentan por ahí, es el único refugio en donde es posible intentar la felicidad.

Más allá del valor sustancial que representa para los estudiantes extender pertinentemente los espacios de la Universidad donde estudian, se percibe en los ambientes universitarios que los jóvenes están constituyendo nuevas formas dialógicas de interactuar a partir de nuevos ejercicios comunicativos. Se observa de manera indeleble que el nivel de insatisfacción de las comunidades universitarias frente a las carencias didácticas de los equipos docentes, no solo genera apatía en las acciones emprendidas por ellos, sino que cada día es más urgente y necesario replantear la utilización que se le viene dando a los objetos de estudio de cada disciplina. La malla curricular no debe ser como algunos cadáveres en alta mar, que con suerte, a veces flotan, a veces no.

El metaconcepto de currículo universitario genera sin aviso previo un golpe mayúsculo a la convivencia ideológica entre los estudiantes, docentes, padres de familia, ciudadanía, directivos, estado, y de contera, implica, reconsiderar los planes de vida de todos los actores que confluyen en la Institución universitaria. Algunos piensan que el discurso docente debe remendar una malla curricular que está haciendo agua por todas las facultades. La palabra milagro es la única que rezan con devoción los estudiantes y docentes. La palabra aprendizaje  en cambio está en crisis.

Por tanto los lenguajes que se entrecruzan en la Universidad suponen nuevas emergencias que deben ser interpretadas desde un nivel de abstracción cada día más complejo. La educación, de tal manera, sigue siendo una categoría social en construcción y “la Universidad, paradójicamente, una comunidad de encierro” (Villa, 2008). Esto significa que los colectivos docentes han contribuido a que las universidades sean simples “islas” que evaden sus compromisos sociales y estructurales en un mutismo tecnicista, en el cual solo dialogan eruditos que “saben” mucho del tema, colegios que “ganan” pruebas de estado, instituciones de gran alcurnia que privilegian la retórica proverbial y obvian las verdaderas necesidades sociales que oprimen a la mayoría que están más allá de las murallas que la circundan. O, lo peor, se especializan en graduar estudiantes en prácticas y disciplinas que jamás usarán en la vida “real”. Hoy más que nunca es imprescindible que la mirada curricular de las universidades sea coherente con las problemáticas sociales que justifican su existencia. Es imperativo que el discurso educativo salga de las universidades para re-construir la realidad y ayudar de esa manera a mejorar la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos del país.  Aunque algunos lo niegan el monte ha crecido y se ha tragado el camino de vuelta y encontrarlo puede llevar muchos años.

Educar supone, entonces, controvertir y la controversia necesita del “otro” o de los “otros” que se denominan en el acto educativo sujetos educables y sujetos pedagógicos. La relación entre estos personajes se concibe y es importante más allá de la Universidad. Una Universidad que trasciende y supera los límites físicos, resignifica sus búsquedas cognitivas, redefine sus propósitos disciplinares, se de-construye y se re-construye desde los aciertos y los desaciertos de sus proyectos vitales. La nueva historia del país deberá ser escrita por una Universidad capaz de incorporar a las comunidades en sus objetivos fundantes. Algo así como mejorar la “verdad”. Pues la “verdad” con todos sus atributos es una entelequia florida. Creo que en esas ha andado siempre la Universidad colombiana. Acopiando un historial de yerros de la cuna a la tumba.

Hoy por hoy es ineludible formar mejores jóvenes para tener una mejor Universidad, unas mejores Pruebas ECAES, unos mejores estudiantes universitarios, unos mejores profesionales, mejores gobiernos, mejores gobernantes, mejores familias… si, mejores familias: para que estén de más la violencia estéril, la corrupción desbordada y la criminalidad exultante… Pan, tierra y paz es lo que debe ofertar la malla curricular universitaria. No sé si con esos nombres bohemios que recuerdan más la revolución rusa o el estribillo de una balada de León Giecco. O a Frida Kahlo, Maria Cano, o a Ángela Davis.

Y, quizás así, imposible no hacerlo, los maestros podríamos enseñar y los estudiantes aprender derrotando el encierro que nos ha hecho construir barricadas de mentiras, reproducidas por una sociedad ebria de escuchar, precisamente, mentiras…

Los amigos del pueblo ya no están. La miseria los alcanzó a mitad de camino. La escuelita rural es un nudo en la garganta de los recuerdos que por decisión propia me niego a matar. El currículo universitario debe echar un vistazo inesperado al porvenir. En general, en ese bosque apretujado de almendros que se llama futuro, en el cual van a vivir los estudiantes, está pasando algo que podría ser muy importante, algo que podría cambiar las cosas.

Lo doloroso es que los docentes universitarios toman tinto cerrero y whisky importado intentando modificar una realidad que solo existe en sus cerebros domesticados por la nostalgia. Mientras tanto, a hurtadillas, la calle entra por la ventana. Y ya no usa un pañuelo palestino en el cuello, no lleva envuelto en el bolsillo trasero del pantalón de dril un póster de Marx, y por supuesto, no exhibe con melancolías de otras luchas, el tatuaje del Che Guevara en el hombro.

Vale la pena juntar las palabras de las revoluciones de antes, con las frases frescas de los entusiasmos de hoy. A eso me encanta llamarle de vez en cuando Currículo universitario.

 

Osmen Wiston Ospino Zárate

osmenwiston@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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