Realmente no es una foto, es una caricatura. Caricaturas lingüísticas, símbolos de una época aciaga construidas sobre una pared. ¿Cómo Colombia? En la foto se ve un viejo maestro. Canoso, cansado, pensionado, creyente, creído… Él piensa (eso cree para sí mismo), desarrollando una suerte de pensamiento métrico, por lo cual lo que enseña le llega tal cual a los estudiantes en línea recta. Por ejemplo: 7 por 1 es 7. Así se enseña. Si el estudiante entiende otra cosa, y claro que es posible, la respuesta es 71. Así se aprende de vez en cuando. Por ejemplo: Sabina dice en la canción Postdata, “de tanto ser felices se me olvido quererte”, en ese instante sociohistórico la didáctica métrica del joven docente lánguidamente se va por la garganta fétida de la alcantarilla. Aja, ¿por qué el estudiante colombiano promedio no entiende lo que plantea Sabina? Respuesta: porque el docente no sabe en qué contexto debe enseñar. Ni Farid Ortiz es Andrea Bocelli, y por supuesto, leer no es cacarear signos gráficos. Los expertos cuentan que si Dios existiera cantaría como Bocelli y la lectura cada vez más es un proceso de construcción de significados y sentidos entre texto, contexto y lector. Bueno, Farid Ortiz, es Farid Ortiz.

     Habida cuenta de lo dicho en el párrafo anterior el aula de clase es una especie de simulacro en donde todo lo que se piensa, se planea, se hace y se retroalimenta, se teatraliza en un aplaudido nivel de perfección para ponerlo en práctica no se sabe cuándo, ni para qué, ni con qué, ni frente a qué. El simulacro que se coloca en escena en la mayoría de las aulas de Colombia garantiza que la ficción sea la medida real de nuestra educación. Es un hecho la formación humana de las personas por su carácter científico, laico, pluralista, ideológico, cambiante y democrático es la única actividad biosocial que no puede ser ficticia. Mientras los docentes y los adultos confirman certezas haciendo algoritmos irrefutables, los estudiantes buscan escondites solitarios para inventar la felicidad. Los estudiantes de hoy y los que vienen olvidan a los buenos docentes, eso está claro, pero siempre en algún rincón melancólico de sus memorias largoplacistas los echaran de menos.

     El docente tiene todo. Tiene su propio abismo. En esa subterránea cloaca de lujos autorregula sufrimientos, escucha música sacramental interpretada por antiguos pecadores que aspiran al cielo, cree que a los estudiantes les interesa aprender, por ejemplo, la entelequia del conocimiento ingenuo, adicionando a ello, 50 preguntas del mismo color, transcritas a mano, y después, siempre hay algo más para que la venganza sea ejemplar, deben socializar las respuestas ante los compañeros (mártires) en una especie de ceremonia de revictimización pedagógica-formativa. Esa premisa social tan defendida por los expertos en educación, por la cual toda “acción humana es una acción educativa”, no tiene asidero posible. Y educamos con “lecciones de vida”, educamos para el “trabajo”, educamos para el “futuro”, educamos para la “vida”, frases publicitarias todas ellas, sirven de poco en ese macabro mercado de la oferta y la demanda en el cual la educación de niños y jóvenes sale derrotada con cara, sello y borde.

     El docente sale de su residencia a las 6 de la mañana y regresa a las 3 de la tarde. Mientras sale del abismo sus miedos se enfrían. Tiene miedo de sí mismo, de sus estudiantes, de la sociedad. Después de 37 años haciendo más de lo mismo lo entiende. Tiene la planilla de calificaciones, los resultados funestos de las pruebas SABER del año anterior, un puñado de justificaciones estadísticas, un pucho de estudios que explican con detalles algebraicos la distancia insalvable que existe entre lo que él enseña y lo que sus estudiantes no aprenden para “defenderse”. Tiene también un “paraguas” negro y amarillo a prueba de críticas que lo aleja de la realidad, y para colmo, en esa “realidad” que afortunadamente solo existe en su cerebro él es “bueno” y los estudiantes “viven en otro planeta”. Para ese otro “planeta” en donde viven nuestros estudiantes es que deben comprar tiquetes los viejos y nuevos maestros el próximo lunes a las 6 de la mañana.

     Es lunes. Bajo de la camioneta. Es una mañana húmeda, extraña. La poca hierba esta mojada, en los charcos asoman piedras filosas. Los estudiantes saben que les esperan 40 semanas en las cuales asistirán a muchas películas de miedo. Unos retozan con alegría, no saben lo que les espera, la ignorancia a veces es sinónimo de entretenimiento, de creencia, de banalidad. Otros, muy pocos, saben que las palabras, todas, tienen 6 lados. Saben con absoluta naturalidad que muchas veces preferirán hablar con los gatos que ir a clases. Y cuando regresen el martes las palabras tendrán el mismo significado aburridor: Por ejemplo, “la familia es una comunidad de fe, esperanza y caridad”. Y, también, quien lo dudaría, Juana de Arco es la esposa de Noé, y según, el Diario el Pilón, existen rumores que entre ellos existe violencia intrafamiliar. Ese tipo de lunes es el mismo los últimos 37 años. Es dramaturgia, por tal razón, Sócrates, Platón y Rafael Carrillo Lúquez siguen en sus ataúdes, clavados en sus cruces y llevan bozal. Así se ven más bonitos.

     La Ministra de educación se llama Janeth Giha. Tiene la nariz idéntica a las brujas decrépitas y malosas de los Cuentos de los hermanos Grimm. Elegante, educada, obediente, discurso aprendido, estadísticas precisas. El nombre es lo de menos, pues quien pase por ese despacho siempre sale con el mismo chiste: la educación es el sector más importante y los docentes son la prioridad. La Ministra y el presidente saben que Colombia es el programa de Sábados felices. El Cuentahuesos es el bufón que narra chistes malos, 48 millones de compatriotas glorifican el himno nacional, los docentes “dictan” clases, la educación inicial sigue en manos de los politiqueros… y ya empiezan a buscarle hueco desesperadamente en el currículo a una ficción más: las competencias socioemocionales.

     Los Docentes, la Ministra lo sabe, piensan desde su pedestal indestronable en abstracto. Ebrios de vanidad solo piensan en ellos y no en los intereses de los estudiantes. Por eso se escudan en las tareas y los ejercicios insustanciales que provocan desidia y desinterés en el sistema. Unos desertan hastiados y otros repiten asignaturas y semestres convencidos que los están “castigando”, y que por obra y gracia de cualquier ente divino se graduarán, fracasarán o tendrán éxito sin saber cómo ni para qué. En esa borrachera de tonterías ignoran que el mundo es un lugar asequible. Por ello en vez de generar condiciones para que los niños y jóvenes sean creativos, insisten solemnemente en erigir mitos y enseñar contenidos maquiavélicos sin contexto. El aprendizaje experiencial, ese que conecta las teorías con las praxis a partir de la confrontación y deliberación de las ideas no es abordado. Algunos piensan que picando la tortuga con sevicia ésta va a andar más rápido. La educación, digo los docentes, hacen parte de la industria más conservadora de la sociedad colombiana y la que más le aterrorizan los cambios. Y lo peor es que tenemos un sistema educativo que defiende con uñas y dientes a los malos docentes, y no hay nada peor a largo plazo, que tener en las aulas a muchos de ellos. A los estudiantes, es decir, a la sociedad en su conjunto, les hacen la vida más complicada.

     El verano acaba, el otoño dura lo que tarda en llegar el invierno, el verano vuelve. A pesar de lo anterior los docentes estaremos siempre. Y eso me preocupa. Me preocupa que el discurso docente se mantenga atado estúpidamente a las tareas inútiles y a las amenazas recicladas. Me preocupa que se entretengan “midiendo” y repartiendo “justificaciones” geopolíticas entre enseñanzas pueriles y lo que aprenden (si es que lo aprenden) los estudiantes a espaldas de la conexión biosocial entre habilidades y conocimientos. Me preocupa que disfruten salarios para robarles los sueños a los estudiantes.

     La mayoría de las instituciones educativas en Colombia son un museo de arcángeles disecados sin ningún tipo de confrontación ideológica. Adentro conviven sin proponérselo directivos, docentes, empleados, estudiantes, padres de familia. Todos son suicidas sin vocación y se sienten bien, son peces de ciudad como dice Sabina, quieren huir pero no tienen motivos para naufragar en la mitad de la tormenta. Enseñan pero nadie aprende, cantan, pero cantan mal.

     Al final, los docentes, tienen cada uno su playa, pero ninguna tiene mar…

Por Osmen Ospino Zárate

@osmenw

 

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