Los años electorales, es decir, aquellos en los que hay votaciones para cargos de elección popular, tienen un ingrediente muy particular y del que poco se habla; es común ver en templos, iglesias y congregaciones en general la visita y el desfile de candidatos que buscan “la unción” mediante las oraciones de los siervos de Dios, para conquistar los corazones del pueblo del Señor. Es un verdadero espectáculo ver “el avivamiento del Espíritu Santo” y el “poder de Dios”, convirtiendo a estos pecadores arrepentidos de la simonía, el clientelismo, la mentira y la corrupción en hombres frágiles, sensibles, arrepentidos, bañados en lágrimas que revelan “su nueva vida”.
El “proselitismo político-espiritual” está acompañado de publicidad con pasajes bíblicos, discursos apasionados con muletillas que incluyen a Dios, y promesas especiales que involucran a una iglesia que históricamente ha estado vinculada al poder (Recordemos el derecho divino de los reyes cuya autoridad y legitimidad provenía de Dios). Hoy se vive esa “designación divina” con otros matices; basta recordar al expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez en el púlpito de la congregación Misión Carismática Internacional, ungido por el pastor César Castellanos, quien por profecía exhortó a la congregación a votar por “el ungido de Dios”. Posterior a ello, en la misma congregación, la profecía benefició en el 2010 a Juan Manuel Santos, pero en el 2014 al parecer Dios envió profecías múltiples pues, mientras en MCI se ungía al candidato Oscar Iván Zuluaga, la iglesia Manantial de Vida presentaba a Noemí Sanín con gran simpatía.
Lo que terrenalmente merece una investigación más profunda, es la incidencia del pueblo cristiano en los procesos electorales, así como también la posición diplomático-religiosa que se traduce en ecumenismo por parte de los candidatos, con el fin de no identificarse con una convicción de fe en particular, sino más bien convertirse en nómadas de fe capaces de adaptarse y, como el camaleón, camuflarse en cualquier credo. Lo real es que, aunque para la ciencia política el término “populismo” en el contexto de liderazgo político es polisémico, la iglesia está constituida por el pueblo, como el pueblo gobierna en la democracia, escenario ideal para desplegar y buscar una cercanía más interiorizada con los potenciales votantes.
Con mis convicciones cristianas claras, soy un convencido que la iglesia y la política deben estar separadas, sin desconocer el llamado de muchos miembros de la iglesia en postularse a cargos de elección popular, así como también el llamado del pueblo de Dios a concurrir a las urnas. Suena carnal, terrenal y diabólico para muchos ver la participación en alcaldías, gobernaciones, asambleas o concejos municipales a diáconos practicantes de su fe, pero pocos escenarios son tan efectivos para dar un buen testimonio, evangelizar y servir al prójimo; lo realmente repudiable es una iglesia indiferente a las necesidades sociales, cerrada en cuatro paredes limitándose a orar sin accionar, a juzgar y criticar sin intentar intervenir y tratar de cambiar las cosas. Este es un buen año para reflexionar y pensar en un voto inteligente, desprovisto de motivos simplemente familiares, de amistad o conveniencia personal; es hora de analizar hojas de vida, pensamientos, proyectos y apoyos de los candidatos, es hora de pensar menos en el beneficio propio y pensar en el de todos. La iglesia no está llamada a ser manipulada por la política, a venderse por favores con la excusa de beneficiar la obra de Dios; la iglesia está llamada a ser la conciencia del Estado. Abraham Kuyper y Marthin Luther King eran conscientes de ello.
Por
Orlando José Henríquez Celedón