Siempre nos han dicho que Gustavo Petro y Donald Trump son opuestos absolutos. Que uno es izquierda y el otro es derecha. Que son como el agua y el aceite. Pero no. Para nada. El presidente de Colombia y el de los Estados Unidos son, en realidad, harina del mismo costal. Cucarachas del mismo calabazo, como diría el pueblo.
Nunca antes dos mandatarios, ideológicamente tan distintos, se habían parecido tanto en la forma —y en el daño—. Ambos son egocéntricos, populistas, ligeros al hablar, amantes del micrófono y expertos en incendiar la opinión pública. Y lo peor: gobiernan con rabia, no con razones.
Lo que hemos visto estos días es vergonzoso. Un espectáculo denigrante, un pésimo ejemplo para las nuevas generaciones, un fracaso de la democracia y del sentido común. Una especie de apocalipsis diplomático.
¿Quién apretó el gatillo primero? Ahí no hay discusión: el gallito fue Petro, opinando sin filtro sobre la política interna de Estados Unidos y metiéndose a sugerir quién debería o no volver al Salón Oval. Un acto irresponsable y calculado.
Porque, detrás del show, hay una estrategia evidente: Petro quiere meterse en la pelea entre Estados Unidos y Venezuela, no para defender a Colombia, sino para ganar protagonismo internacional. Sus críticos van más allá y sostienen que busca agitar el ambiente, tensar a Estados Unidos y tener la excusa perfecta para hablar de crisis, conmoción y eventualmente aplazar las elecciones. Ojalá no tengan razón, pero el libreto se parece demasiado.
Mientras tanto, ¿quién paga los platos rotos? Nosotros. Los colombianos perdemos en esta guerra diplomática absurda, que ya tiene consecuencias concretas: suspensión de ayudas, advertencias del Departamento de Estado y una relación bilateral pendiendo de un hilo. Y todo, porque a un presidente le cuesta cerrar Twitter y abrir un libro de historia diplomática.
Desde enero, cuando Petro devolvió el avión con migrantes deportados, esto era predecible: palabra va, sanción viene. Si seguimos así, lo peor aún no ha pasado.
Colombia necesita menos ego en la Casa de Nariño y más diplomacia en la Casa Blanca. Salimos de esta crisis solo con tres cosas: prudencia, silencio y sensatez. Estados Unidos no es un enemigo a vencer en Twitter; es un aliado estratégico que no podemos darnos el lujo de perder.
A Petro le queda una salida digna: rectificar, moderarse y recordar que no fue elegido para pelear, sino para gobernar. Y a Trump también le caería bien entender que América no termina en la frontera de Texas.
Porque cuando los presidentes juegan a ser gallos de pelea, las plumas que vuelan no son las de ellos… son las nuestras.