A diario llegan cargados de sueños. Algunos de ellos con el estómago vacío, pero parece poco afectarles. La música que escuchan a lo lejos, y cada vez más cerca, parece ahuyentarles la fatiga.
El arribo lo hacen al Centro Productivo ubicado en la Ciudadela 450 Años, uno de los barrios populares y donde vive mucha gente pujante, pero también afectados por la pobreza en su mayoría.
Son niños de entre los 7 y los 15 años quienes tienen algo en común más allá de la pobreza, y son las ganas de ser grandes artistas de la música vallenata.
Allí los espera Andrés Gil, un joven acordeonero de 33 años, quien heredó de su padre, Andrés El Turco Gil, la vocación de enseñar a tocar a acordeón.
Se trata de un hombre con una sonrisa amplia, que a diario espera a los menores que sueñan con subirse a un escenario y deleitar con su música al público, que desde ya imaginan será multitudinario.
“ Yo aprendí a tocar la escala y de inmediato me tocó enseñarla, desde los cinco años toco acordeón” dice Andrés Gil, quien vivía con su papá en la casa que había convertido en una academia. “Enseñando se aprende más, porque te toca meterte en la cabeza de la persona e imaginarte el por qué no te entiende” dice Andrés, quien considera que enseñar es apasionante.
La enseñanza de la música de Francisco el Hombre se imparte a niños que vienen de hogares resquebrajados en su mayoría. Por ende son pocas las oportunidades de salir adelante las que tienen estos chicos. No obstante a medida que aprenden notas, la vida parece irles cambiando, a decir de Andrés.
“ Y vemos como van cambiando los chicos. Es como si sufrieran una desintoxicación” anota Gil. “ Ellos llegan como atormentados, las caras son diferentes. Pero cuando tú ves que van tocando el instrumento, ves que empiezan a desintoxicarse” añade el profesor, consiente que la violencia intrafamiliar acosa a muchos niños.
Y luego llega la recompensa. Andrés Gil, después de ocho años de estar enseñando a tocar acordeón y otros instrumentos en la Ciudadela 450 Años, hoy puede observar los frutos de su trabajo. Cuando los ve en los grupos musicales o en las tarimas, es cuando dice que todo ha valido la pena.
“ Hay muchos que empezaron con nosotros y ya están viviendo de esto y les va muy bien” anota el profesor quien siente que el mejor pago es verle el cambio de vida a los menores.