Podía contar con precisión la hilera interminable de las costillas por el lado izquierdo y por el flanco derecho sin desabotonarse la camisa blanca líquida que había heredado de su hermano mayor. Podía repasar las tablas del 9 sin encontrarles sentido con el dedo índice enflaquecido colocado encima de los demás dedos famélicos sin recordar el rostro adusto del Profesor Barrientos. Eran las 9 de la mañana y el viento caliente arrasaba con furia las motas mugrientas de algodón por el desfiladero inacabable de la calle. El calor hacia crecer ríos de aguas malolientes al interior de las medias, derretía las suelas de los zapatos, el vendedor de cholados era una especie de rey Midas para hacer enloquecer al dios de la saliva. Una garganta reseca sabe más de pobreza que el DANE y que el Banco Mundial juntos.

     40 años después Trump gana las elecciones de Estados unidos acudiendo a la homofobia generalizada, el oscurantismo extremo, la violencia verbal como instrumento de defensa, la necedad en calidad de discurso y la más terrorífica estupidez como ropaje de lujo. Okey, estamos hablando del país de las libertades. La desilusión es como caminar entre cientos de brasas ardientes, a cientos de kilómetros de un vaso de agua, en un pueblo en donde el agua es un lujo de pocos. Okey, ¿tener una buena educación y gozar de una excelente calidad de vida, es también añorar el abismo? Parece ser que retornar al pasado con sus argumentos tóxicos de prejuicios frívolos y sus profecías anquilosadas en el odio y la discriminación produce votos.   Los almidonados palacios del poder son ocupados por una élite voraz que amenaza con tragarse las migajas de una democracia endeble, que produce efectos catastróficos para la civilidad. Los libros no detienen las balas, está claro.

     40 años después el mundo vuelve a dividirse entre indignos e indignados, y obvio, no se trata de Trump, de Uribe, de Maduro, de las FARC, de Clinton; muchos menos, de Ardila Lulle, los pastores, los curas, los doctores, los maestros, los bilingües, los pobres; se trata de la manera inocente en que trabamos amistades irrenunciables, apoyos de sangre; se trata de la forma infame en que mordemos la mano tendida de los humildes que obedecen sin preguntar, de los amigos que orinan por el mismo orificio sin cuestionar la profundidad de las tesis… dejando de la lado toda racionalidad que por siglos nos han alejado de comportamientos inadmisibles y disparatados.

     Vamos a preguntarle por lo que está pasando por estos lares a Fernando Montiel, el célebre cronista mejicano, que escribió ese electrizante tratado sobre la dignidad humana que se llama Colombia, la paz que no fue. La respuesta es simple: si la paz es compatible con los intereses de las víctimas, ¿con qué intereses es compatible la guerra?

     En 50 kilómetros de desierto límpido se alcanza a avistar un burro que lleva en su lomo 4 niños de la etnia wayuu. Un indígena de aproximadamente 45 años hala al animal. Polvo, sol, un cielo higiénico, sin aves solitarias, configura la fotografía degradada de las desgracias.

     Los 4 infantes no saben que están en la cruel e incomprensible lista de niños que fallecerán en los próximos días de desnutrición. Sus sueños están en blanco y negro. Suena la última canción de Silvestre Dangond en el viejo radio de Miromel Epiayú. Ay dile que ya sanó mi corazón/que no me duele más su amor/que ya no lloro más por ella/ve y dile que yo aprendí bien la lección/que no me entrego a otra ilusión/si es pa sufrir de ésta manera… Miromel no tiene dientes para sonreír, tampoco los necesita, no sabe en realidad que es una EPS, y sería por lo menos ridículo imaginarlo debatiendo quién es de peor calaña entre la democracia que le quitó “sus” dientes, o sus hermanos de clan que matan niños por quedarse con los recursos para la salud de sus hijos.

     No sabe que significa tampoco la palabra xenofobia y el término Trump le parece más una marca de condones saborizados. Obviamente, esos cauchitos cilíndricos, resistidos por los grupos religiosos y asistentes habituales del menú de los pecados, tampoco lo sabe Miromel, es uno de los pocos “milagros” que le permitiría ver crecer en medio de la pobreza a sus 4 hijos, y le impediría que su pene infalible fabricara más víctimas inocentes.

     Hace sed. Las arenas blancas no muestran las huellas de nada, de nadie. Los cactus se agrupan para mamarle gallo al peor de los soles vistos por acá. Un vehículo sin marca, con placa venezolana irrumpe en medio de la polvareda. No hay rostros asomados, la boca aceitada de un fusil AEG -417 es quien prueba la existencia humana. A Miromel le da lo mismo, a los niños les da la misma mierda. Pasan sin saludar, despreciando lo que ven, en eso se parecen a Trump y su peluquín estrambótico.

     Miromel prefiere al otro Silvestre Dangond, a ese guajiro insigne que decía; ay mi amor, te quiero, te quiero, conmigo o sin mí, pero te quiero… A Silvestre le importa un culo lo que prefiere Miromel, Miromel sabe que él y sus hijos solo sirven para ser cómplices del demonio de la corrupción. Ay ya no me duele más/ya te logré olvidar/yo que te quise tanto/tu recuerdo me hace mal… y ya no me duele más/ya te logré olvidar/pa que morir de pena/si la vida sigue igual…

     Beniverto es amigo de penurias de Miromel. A su vez Beniverto es un guajiro áspero, su cara es una máscara de amarguras, cada pesadumbre es un profundo surco de arrugas, no se ríe, no tiene motivos. América es una de sus hijas que sobrevivió a la desnutrición aguda: dos ojos gigantescos y fijos en una carita angelical, piel cobriza, cabellos ralos, no sonríe, tampoco tiene motivos. Es dueña de un inmenso chinchorro multicolor. Juega con sus 20 dedos sin quitarme los ojos redondos como una arepa de maíz de encima. Parece feliz. En algo se parece la felicidad a la ignorancia. Ella seguirá en su chinchorro atávico hasta que la desnutrición la alcance en una noche intranquila y sofocante. La muerte por lo menos en estos parajes remotos se llama Usain Bolt y la vida, bueno la vida, es una utopía eternamente delirante.

     En las paredes de la ranchería se observan afiches de Gerleín, de Uribe, de Oneida Pinto, de Viviane Morales, de Santos. En las fotos aún sonríen a pesar del paso devastador del tiempo, la brisa caliente, el viento humeante, el rigor de la polvareda que no cesa y el chirriar de las llantas de las camionetas fantasmas.  Siapana se llama el pequeño poblado, no es Bogotá, no es Andrés carne de res, no es la sucursal del infierno, es el infierno mismo. Una señora comentó: «¡Lo que se habrán gastado en tanto papel!, hubieran traído un poco de arroz».

     La señora tiene cara de bruja, delgada hasta el cansancio, cabellos cenizos, plana por delante, plana por detrás, tetas escurridas por 10 hijos que le chuparon la existencia. Quise hablar con ella, pero se escabulló con increíble velocidad en el pasadizo inmundo del rancho.

     La guerra, el hambre, la corrupción, las Bacrim, el odio, la venganza, los violentos, la discriminación no son en sí mismo nuestros enemigos principales; son las consecuencias relevantes y dolorosas de una educación familiar, institucional y política absurda, obtusa, retrógrada y colonialista que nos ha convertido en reos de nuestros propios miedos.

     Dentro de 40 años mis nietas tendrán 42 y 43 años. Estados unidos estará en el mapa con su reputación de canalla, Colombia también será cómplice de su vileza cantando en inglés el himno de la sumisión, yo no veré nada, ellas seguramente escribirán y joderán, joderán y escribirán, sobre las mismas vainas que hoy escribo y por las cuales jodo y jodo …

 Por Osmen Ospino Zárate

Para Tuperfil.Net

 

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