El habitante de la calle se bambolea entre los charcos producidos por la construcción del nuevo estadio Armando Maestre Pavajeau. Observa con desconsuelo el afiche de Tuto Uhía con bigotes y una longaniza cilíndrica colgando de la boca. Encima está el cartel publicitario de Franco Ovalle: cejas pintadas, labios fosforescentes, mirada de cabaretera, pero no cuelga nada de la boca.

Lleva un saco maloliente al hombro, uñas mugres, un zapato FILA, una media verde, calzones azules, las rodillas al aire, una camiseta del Barcelona, barba semipoblada, 2 dientes, nomás, bigote incipiente, hambre, mucha hambre, cabellos aceitosos, su sombra es la muerte. Arranca los 2 afiches, los dobla con displicencia, piensa en el costo exorbitante de la vaselina y los deja caer en la boca nauseabunda de la alcantarilla. Llueve.

Camina despacio, para qué la velocidad, si la muerte es la dueña del cronometro. Escoge ese rincón de siempre cercano al Parque Los varaos. Piensa, ¿piensa?, con su cerebro embalado con bóxer y gasolina de avión, ¿cómo será ese último día? Levanta la mirada, el cañón de un colt 45 le congela el aliento, el afiche de Tuto Uhía sigue sonriendo, ya sin la longaniza cilíndrica apretada por los labios.

El habitante de la calle antes de morir no tenía por qué saber quiénes eran o son Pepe Mujica, Hugo Chávez, Lula Da Silva, Rafael Correa, Michelle Bachelet, Néstor Kirchner o Gustavo Petro. Lo suyo siempre fue el oficio de los abismos: dormir en cartones con la luna diamantina en el pecho, chupar bóxer, marihuana, cemento o ladrillo colado, sumarle minutos al reloj de la muerte.

Huyó a los 14 años de un hogar en donde la rutina de los gritos y la dialéctica del castigo eran las canciones de cuna. Dejó tirado al Colegio de sus sueños y fantasías a los 15 sin sobrevivir a los inhóspitos adverbios y a los poco entendibles cuadros sinópticos del grado séptimo porque allí se conjugaba fríamente la violencia verbal y la discriminación rastrera sin adjetivaciones. –Tú eres una porquería-, -Hueles mal, parce-, -Estás involucrado en el robo de los computadores-, -Contigo ni a la esquina, fíjese en una de la Nevada-, -Guácala-  Esas vainas dolían y me decidí por la calle.

Tengo 28 años y soy libre, no tengo cédula, por eso no estoy para nadie. Ni para el político que sonríe con cinismo, ni para Dios que olvidó donde queda la dirección imaginaria de mi cambuche en el mercado público, <Balcones del mercado>, así le llaman con burla las puticas que a veces traigo por acá.

En <Balcones del mercado> tengo todo aquello que cabe en los sueños que ahora disfruto: luz eléctrica conectada a través de un alambre de púas oxidado, un colchón azul encima de 8 pimpinas de plástico, un closet de madera que recupere de la basura, 3 camisas, 2 pantalones, 3 calzoncillos, la foto en blanco y negro de mi madre, un chicle a medio mascar, un machete filoso, una olla de peltre. Y mucha libertad.

Por ahí leí. A veces leo. Con la capacidad de un niño de 12 años de colegio público. Leí que los políticos son de izquierda o de derecha. Otros se acomodan y dicen que son del centro, o sea ni chicha, ni limoná, o sea no son una mierda, así como yo.

Leí que los ricos se alinean con los de la derecha casi siempre encompichados con los curas y los pastores, con los militares y los criminales. Unos leen la biblia y los otros la Constitución política. Leí que esos libros son muy respetados. Y los poderosos se valen de ellos para joder a los demás.

Leí, pero obviamente, no entendí un carajo, algo que decía un tal Yezid Arteta, “que  Latinoamérica antes de líderes como Chávez, Lula, Evo, Bachelet, Mujica, Kirchner y Correa entre otros, saltaran al cuadrilátero político era, literalmente, el patio trasero de la Casa Blanca. Una región devaluada geopolíticamente y dominada por unas élites corruptas que se enriquecieron a costa del patrimonio público y por golpistas que, sin pudor, mataban, encarcelaban, torturaban y desaparecían a miles de sus compatriotas. En el ámbito económico y moral, la izquierda recibió a un subcontinente desvalijado y abatido. Hagamos memoria reciente”. Mierda, o sea que Colombia y los demás países del continente era el inodoro en donde se cagaban los gringos. ¿Entendí mal?

Más adelante el escrito de Arteta cuenta que en Latinoamérica “hubo dictaduras y narcodictaduras en Bolivia. Las economías de Brasil, México y Argentina estaban empobrecidas y esclavizadas a la deuda externa. El tristemente célebre «Viernes Negro» de 1983 sacó a flote el despilfarro económico del gobierno venezolano presidido por Luis Herrera Campins y años después la crisis se agravó por los vulgares casos de corrupción descubiertos en el gobierno de su sucesor Jaime Lusinchi. La hiperinflación en el Perú hizo caer y huir al presidente Alán García, hecho que desencadeno la llegada de Alberto Fujimori, que actualmente cumple condena en Lima por asesinato con alevosía y apropiación de fondos públicos. Bucaram, Mahuad y Gutiérrez fueron destituidos en Ecuador por incompetentes. El «corralito» impuesto por el ex suegro de Shakira, Fernando de la Rúa, hizo que la clase media argentina perdiera todo o parte de sus ahorros. En Chile, Pinochet ordenaba matar a los opositores mientras robaba a manos llenas. En Colombia el burbujeante capital del narcotráfico hizo que la economía del país no cayera en la bancarrota”.

Según está vaina hay políticos buenos y malos, como en las películas gringas. Batman, Supermán, El Zorro y Spiderman del lado de los pobres. El guasón, Lex luthor, Hannibal Lecter y Pazuzu haciéndole coreografía a los adinerados. Sonaba injusto. Yo hablando de injusticias, Luego no es injusto que la lluvia entre a mi cambuche por arriba y por abajo. El afiche de Tuto Uhía me sonríe. ¿En qué equipo jugará este guevón?

Sigo leyendo a trompicones a éste tal Arteta: la política en Latinoamérica va más allá de las urnas. Buena parte de la política se hace en la calle. Las protestas callejeras contra la corrupción hicieron que el pasado 3 de septiembre en menos de 24 horas el ex general golpista y fundador del Partido Patriota, Otto Pérez Molina, pasara de ser presidente de Guatemala a preso común por apropiación de bienes y fraude. Ningún gobernante latinoamericano está exento del imperio que viene de la calle. La calle quita y pone gobiernos. La calle quita y pone medidas. Es una experiencia singular que llama la atención a muchos pensadores, especialmente europeos, que hasta hace unos años nos ignoraban porque creían que nuestros países sólo producían bananos. El afiche de Franco Ovalle me observa. Tiene un suéter verde, jugará en Atlético nacional o en el Deportivo Cali.

En la calle se aprende mucho: por ejemplo, eso del lenguaje de los cuchillos viajando al rostro no es un poema, eso de los amores que pudren el corazón en las madrugadas con el sabor del chirrinche no es un trozo de un bolero para cabrones. La calle según este escritor es el corazón de las democracias en formación. Tuto Uhía y Franco Ovalle son un producto de la calle. No lo creo. ¿Quién los eligió? Yo no.

Al sepelio fue el <Pelucas>, <Bola e mugre>, <Cara e niña> y <el Marrano>. Tenían el miedo regado en el cuerpo. La operación limpieza estaba en camino y mis parceros estaban en la lista. Les dejé mi cambuche, la foto de mi madre y mis revistas pornográficas. Después alguien roció gasolina y mi santuario se extinguió. No hubo el padrenuestro de rigor, ni las tres avemarías quejumbrosas, ni el mediático creo en Dios.

El rincón de los mejores años, los momentos banales del bazuco y la parafernalia del chirrinche esperan por el próximo inquilino. La calle, mi calle, en Valledupar está lejos de censurar las sonrisas maquiavélicas que adornan los afiches del alcalde y del gobernador a partir del 1 de enero del 2016.

Llueve.

Por Lic Osmen Ospino Zárate

Columnista

Cargar artículos relacionados
Cargar mas en 

Puedes leer.

Asesinan a bala a exconcejal en el municipio de Becerril, Cesar

Becerril, septiembre 18 de 2025. El municipio de Becerril, Cesar, se encuentra consternado…