Las universidades son consideradas en todas partes del mundo como centros especializados y privilegiados para la producción y difusión del conocimiento universal. Sus funciones científico-técnicas están enmarcadas en el desafío de la transformación de la sociedad, pues de una u otra manera, el desarrollo social de los colectivos humanos es una de las razones fundamentales de los claustros de educación superior.

     Las universidades deberían seguirse pensando como laboratorios sociales desde donde se elaboran y se le da sentido a los variados proyectos democráticos que han de ayudar a desarrollar de forma integral a nuestro continente. Por ello la educación superior es el escenario predilecto para que se propicien los cambios estructurales para tener una mejor sociedad.

     Sin embargo gran parte de los discursos políticos que proliferan en las instituciones de educación superior siguen afincados en teorías educativas vetustas y en métodos de enseñanza que ya no responden a las nuevas tendencias y enfoques de la sociedad contemporánea.

     Los procesos de transformación social que deben constituir los ejes nucleares de sus planes de estudio mantienen a las universidades sumidas en una profunda crisis.  Existen fuertes dudas sobre a quién le ha de servir las tareas de transformación que las universidades lideran o a qué sectores sociales debe beneficiar tales transformaciones. Saber si la educación que oferta a partir de los planes, proyectos y programas es pertinente con los desarrollos locales, regionales, nacionales y universales. Y por supuesto, averiguar si las actividades que gestionan sus docentes, directivos-docentes, estudiantes y egresados son de alta calidad.

     En América latina, como en cualquier otro lugar del planeta, la formación humana cada vez  depende más del talento de los jóvenes que cursan estudios superiores que de otros factores sociales directos o indirectos. Se podría afirmar, que a mayor calidad intelectual de los profesionales que se forman en las universidades, mayores serán las oportunidades para construir calidad de vida en América latina. Dicho de otra manera, la globalización de las economías sugiere la globalización de las mallas curriculares, y por tanto, prever que “con la internacionalización del capital, la determinación de dónde aplicar los conocimientos aprendidos en las universidades, dependerá más del perfil educacional del pueblo que de eventuales limitaciones  geográficas. Por consiguiente, cada vez más los países del continente comienzan a preocuparse por sus sistemas educativos de educación superior  y a creer en la capacidad transformadora del hombre como mayor capital” (Enríquez, 2006, p.10). De esa forma, la capacidad transformadora de las instituciones de educación superior está definitivamente relacionada con la incidencia y relevancia del capital humano que se forma en sus aulas.

     La universidad es conocimiento, ciencia, desarrollo, política y productividad; en calidad de objeto y sujeto, en beneficio de los colectivos humanos, de la sobrevivencia de las democracias, de la sostenibilidad de las economías y de la sostenibilidad del medio ambiente.

      Por ello “el conocimiento siempre ha sido fundamental en todas las etapas del desarrollo de la humanidad; pero también es cierto que de un tiempo a esta parte el acceso y la aplicación de conocimiento se ha convertido en un plus decisivo a la hora de generar valor agregado en cualquier sistema productivo. A su vez, la rapidez y radicalidad de los cambios que se viven requieren el ejercicio cotidiano de determinados conocimientos y habilidades para poder enfrentarlos y adaptarse a ellos” (Pérez Lindo, 1998). Obviamente, la educación superior es el espacio válido para que esos cambios les lleguen con celeridad y eficiencia a las sociedades, en la medida que éstos representen la solución a las necesidades coyunturales urgentes y el crecimiento del conjunto de la sociedad desarraigando los problemas estructurales que los agobian.

     Tal vez más que en otras coyunturas de tipo sociocultural, la educación superior latinoamericana deberá proyectarse y diseñar sus planes de reforma articulando tres variables de dimensiones distintas y que implican condicionantes y necesidades diversas: lo local, lo regional y lo global. En estos tres componentes la responsabilidad de la universidad es la misma: liderazgo científico, político y productividad interna y externa. Eso sí, teniendo claro que la universidad en América latina debe insertarse en una formación trasnacional, dentro de un marco jurídico internacional y unos niveles de competencias cada vez más exigentes.

     Es un hecho que los cambios socioculturales no podrán verse en abstracto, sino en los escenarios sociales del continente y en los contextos en donde se dimensionan los retos que propone el nuevo orden mundial.

     Entonces, la educación superior, debe ubicar dentro de sus metas, tal cual lo afirma, la UNESCO (1996), el logro de un “desarrollo humano sostenible, en el que el crecimiento económico esté al servicio del desarrollo social y garantice una sostenibilidad ambiental” (P.9). Estos retos y desafíos sin duda alguna deben ocupar la agenda de las tareas universitarias en los próximos años. Es preciso aunar esfuerzos para mejorar la productividad docente, incrementar en cantidad y calidad las acciones investigativas, y de una vez por todas, conectar efectivamente el nivel de exigencias de la universidad con respecto a sus graduados y las dinámicas de los mercados laborales y profesionales.

     Todo ello insertado en la relación que se debe tejer entre los conceptos desarrollo humano sostenible, crecimiento económico y sostenibilidad ambiental. Está claro que este tipo de postulados humanistas han de encontrar múltiples obstáculos en las élites políticas, empresariales y gubernamentales, que por su razón de ser y su responsabilidad social debieran defenderlos. Sin embargo, históricamente, los grandes grupos económicos anteponen sus ganancias financieras y su voracidad política a muchas de las metas que hacen parte del quehacer universitario.

     El sentido moderno de la educación superior es y será siempre el saber científico y tecnológico. En ello es coherente con los razonamientos de la sociedad, la industria, la investigación y los cambios económicos. Los anteriores temas son relevantes si a partir de ellos afloran la libertad intelectual, la libertad de debate y la garantía de una evaluación rigurosa y justa en calidad de misión institucional, pues los problemas de desarrollo humano en el continente, no es solo un tema común de los latinoamericanos, sino que se ha transformado en una problemática trasnacional con evidentes matices políticos e ideológicos.

     No obstante, la autonomía universitaria, la libertad de cátedra, de enseñanza y aprendizaje son espacios conceptuales que cada vez son menos visibles en las actividades científicas y curriculares de la educación superior. Es claro que existe una abierta confrontación ideológica y una proliferación de dilemas que impiden comprender lo qué está sucediendo al interior de las universidades. Los gobiernos reducen dramáticamente los presupuestos de las instituciones de educación superior en sus estructuras físicas y en los programas de investigación, pasándoles cuenta de cobro por la capacidad de movilización social y los altos niveles de beligerancia política que las universidades mantienen en ciertas coyunturas específicas. La mayoría de las universidades públicas de América latina están abocadas a vender servicios, como si fuesen una empresa común y corriente, como cualquiera entidad comercial que debe reproducir profesionales para que sean absorbidos por un mercado laboral lánguido y limitado.

Los claustros universitarios en América latina deben recorrer de manera indiscutible el siglo próximo con mejores perspectivas. Y, evidentemente, la educación superior será la clave para conseguir tales propósitos.

Referencias bibliográficas

Enríquez, J. (2005). Educación superior: tendencias y desafíos. Revista educación médica.

       Vol. 9. Núm. 1. P. 10. Consultado: Septiembre 30, 2015.

        Recuperado de: http://scielo isciii es/pdf/edu/v9n1/colaboración2pdf

Pérez Lindo, Augusto. (1998). Políticas del conocimiento, educación superior y desarrollo

        Buenos aires. Biblos.

UNESCO (1996). Documento de política para el cambio y el desarrollo en la Educación

        Superior. Resumen ejecutivo. En: La Educación superior como responsabilidad de

        Todos. Ed. José Wainer.

Por Lic Osmen Ospino Zarate

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