El concepto de nuevas ciudadanías se incorpora al discurso político como una forma de nombrar a la comunidad LGTBI, las mujeres, los afrodescendientes, los indígenas, a la población con necesidades educativas especiales, a las trabajadoras sexuales, a personas con discapacidades, a todos los sujetos humanos que han sido víctimas de la eterna crueldad de la discriminación social en todas sus categorías y enfoques.

Por supuesto que la perversidad de la discriminación no disminuye porque hayamos elegido Presidentes, Vicepresidentes, Gobernadores, Alcaldes, Senadores, Diputados o concejales de la comunidad LGTBI. Tampoco que los canales de televisión contraten a presentadoras afrodescendientes, que el Presidente designe una Ministra chocoana, que algún indígena sea reportero de un noticiero capitalino o que por fin un general de la república sea negro.

Para Norman Lechner, se concibe a la ciudadanía por referencia al Estado y el sistema político. Por tanto ha sido el ámbito político-estatal quien otorga reconocimiento a los ciudadanos, los integra como miembros de la comunidad y les asegura la seguridad debida. Y las personas se han pensado y sentido como ciudadanos en esa esfera político-estatal. Participando de ella construyen sus identidades colectivas, defienden sus intereses y manifiestan sus opiniones. Ahora, el redimensionamiento del referente político-estatal altera la noción de ciudadanía.

Esa alteración, por lo menos en nuestro país, implica que, la ciudadanía es simplemente una masa amorfa que digiere códigos de poder que provienen de una caterva de dirigentes políticos, empresarios opulentos, negociadores de la fe y de administradores de la opinión, que a su vez hacen parte de las nóminas de las diversas corporaciones que dominan la agenda pública y privada de la Colombia centralista y de la Colombia local. Empoderar a las “nuevas ciudadanías” evidentemente no hace parte de los propósitos genéricos de los gobiernos de hoy.

Por eso las viviendas de interés social, por ejemplo, para las personas de escasos recursos se construyen en los cinturones de marginalidad de las ciudades y no en los lotes de engorde que existen en el centro de las capitales. La segregación es aplaudida y aceptada por todos. Existe un “contrato clientelista” inmodificable entre esa ciudadanía sumisa y estúpida y el gobierno de turno para que las cosas continúen bajo ese orden macabro a nombre de una democracia idiotizada e inútil.

Sin duda alguna carecemos de códigos mentales para dar cuenta de los cambios sociales que se escenifican frente a nuestras narices y eso se expresa en las dificultades que se tienen para darle “sentido” al desarrollo social como política de estado y como aspiración ciudadana.

La ciudadanía que sufre las inmensas colas para mendigar los servicios médico-asistenciales de la tétrica ley 100 se siente orgullosa, como el de la célebre canción: A mi cánteme un bambuco de esos que llenan el alma, cantos que ya me alegraban cuando apenas decía mama, lo demás será bonito pero el corazón no salta, como cuando a mí me cantan una canción colombiana, ay que orgulloso me siento de haber nacido en mi patria. Para ellos la subjetividad no existe.

La subjetividad de éstas nuevas ciudadanías, no busca solamente una atención médica oportuna, una educación de calidad para sus hijos; exige ser reconocida en su dignidad individual, protegida como un miembro de la comunidad, valorada por sus esfuerzos y sacrificios.

Para Robert Putnam, las nuevas ciudadanías tienen que ver con la fortaleza del vínculo social. Y, por el contrario, la desafección política está vinculada a la debilidad del vínculo social. De ser así, el fortalecimiento de la ciudadanía pasaría por un fortalecimiento de la vida social. Vale decir, el vigor de la acción ciudadana en nuestros países parece depender no sólo (y no tanto) del ámbito de la política institucionalizada (sistema político), sino también de la vitalidad de la sociedad. En suma, sería mediante el fortalecimiento de la vida social que podría impulsarse la democratización. Ello implica, en términos concretos, que la llamada «crisis de los partidos» no debería ser un obstáculo insalvable para avanzar en el proceso democrático.

Esto indica, a groso modo, que más estudiantes dentro del sistema educativo, no garantiza la educación como derecho. Más instituciones con jornadas completas, más docentes con maestrías y doctorados, más horas de inglés, más simulacros de pruebas SABER no nos acerca a la felicidad. Por supuesto, más colombianos pobres con el carnet del SISBEN no ha minimizado la oferta terrorífica de los paseos de la muerte. Más andenes para la población discapacitada y más becas universitarias para la población vulnerable no han desarmado a los activistas de la violencia del país. En las mini uzi y las ametralladoras que adquieren con el pago “religioso” de mis impuestos están agazapadas las balas que eternizan la desigualdad social y la miseria.

Foucault sostiene que las nuevas ciudadanías sienten que la subjetividad es básicamente la propiedad de las percepciones, argumentos y lenguajes basados en el punto de vista del sujeto, y por tanto influidos por los intereses y deseos particulares del mismo. Nada distinto a que cada vez más colombianos comunes y corrientes se dejen de sentir “inferiores” ante la oportunidad histórica de repensarse como sujetos sociales, de ocupar ese lugar legítimo dentro de la sociedad que le empodere desde su autoconciencia.

Para Da costa, es un hecho evidente que la cartografía social de Colombia apunta así hacia nuevas matrices culturales basadas en una epistemología de la alteridad, que promueve una radicalización de la subjetividad, de nuevos grupos, nuevas voces, nuevas interpretaciones de la historia, de las relaciones sociales y del sujeto que  emerge de las interacciones sociales, incorporando valores reconocidos por la sociedad y manteniéndose actualizado en los patrones de conducta necesarios para ser reconocido por el otro, ese otro inscrito en el mismo espacio social.

Sin embargo las viejas ciudadanías lucharan con sus armas de siempre (falsos positivos, corrupción, chuzadas, violencia verbal, criminalización de las ideas distintas, vanaglorización de la guerra, exclusión y totalitarismo, etc.) denodadamente para que esas “nuevas” ciudadanías retornen a sus lugares de confinamiento.

Aterra, aunque sea ineludible hacerlo, que la contratocracia del cemento, el aura consumista de los centros comerciales y el discurso tóxico de la guerra prevalezca sobre la vida. La defensa de la vida es el fin esencial para la construcción de un nuevo país a partir de “nuevas” ciudadanías y “nuevas” subjetividades.

Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.

Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.

Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.

 

 

 

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