OPINIÓN: Ruge la leyenda

En una de las tantas correrías culpa de la emoción del rugir de los acordeones, merodeaba encantado escuchando las notas de ese portentoso e imponente instrumento, que pareciera tener vida y voluntad para encender el frágil pero salvaje acierto con que los acordeoneros suelen azotar los 4 aires.
Pretendiendo enamorarme más de mi cultura y del excelso trasfondo que representa lo que para algunos es bulla o farándula, desvelo mi atención en la guerra incesante que se desdobla cuando poco sutiles personajes se baten por alzar una corona, el preciado y maravilloso trofeo que se erige sobre la cabeza de quien deshaga la puya, el son, el paseo y el merengue y los haga propios, como si salieran talantes de sus poros o hicieran parte de los glóbulos que recorren sus venas.
Es entonces así como insisto y elevo a las cumbres de nuestras tradiciones el desvelado pero imponente valor del intérprete del acordeón y sus cómplices soneros de la caja y guacharaca. Poco o casi nada se nombran y se exaltan durante los tiempos del año en que no se habla del festival; solo durante esos maravillosos y ensoñados 5 días es que se sacude el renombre de Alejo, Colacho, Emiliano, los López, los Granados y tantas dinastías que han hecho grande al folclor.
Llego a pensar que las carátulas de los álbumes musicales deberían llevar en primer plano al acordeonero, y por allá asomado el cantante; utopía. Y de esta manera, como se ha perdido el carácter de estos formidables músicos, es que también se ha ido con el viento el recuerdo de la leyenda, esa oda fantástica y mítica que le ha dado origen a todo lo que hoy nos representa, la que cada 29 de abril se recuerda al mismo tiempo que se opaca con el festival. Esa que le dio punto de partida a las historias del viejo valle y que nuestros niños y adolescentes ignoran con elegancia.
Es delicioso escuchar a los señores relatar lo que acontecía en el Valledupar de 1963, el tiempo en el que sin duda se cosechó la mejor herencia, la que se venía recogiendo desde que apareció la virgen, pasando por los juglares que contaban con guitarra las historias que recogían en sus caminos y que con el tiempo se ennoviaron del acordeón para cimentar el antes y el después de la historia vallenata.
¡Qué falta hace en los colegios la cátedra de historia valduparense! Sueño con el día en que mis sobrinos lleguen del colegio contándome por qué fueron envenenados aquellos soldados españoles, cómo Francisco el Hombre destrozó al diablo y la forma en que Escalona se sentaba en su patio elevándose a las alturas para describir cuentos de casas en el aire.
Ojalá que en un futuro no se identifique a nuestra cultura con los gritos de Silvestre, Peter o los que desesperados intentan cantar vallenato, ni con traiciones, bandidos, insultos y engaños amorosos (un momento, ya por ahí pasamos). Que sea el llamado para que la esencia de mi Valledupar se logre rescatar, aunque ya muchos la den por perdida, añoro que en el basto y desesperanzador futuro podamos sentir con el aire de nuestras calles cómo ruge la leyenda.
RICARDO JOSÉ JIMÉNEZ JIMÉNEZ
Twitter: @RicardoJmnz
Facebook: Ricardo José Jiménez
Instagram: @ricardoojos3

leave a reply