El Presidente de la República, Juan Manuel Santos, y Rodrigo Londoño Echeverri, máximo líder de las Farc, suscribieron este jueves el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera en una ceremonia cumplida en Bogotá.

Al acto, celebrado en el Teatro Colón, asistieron víctimas del conflicto, miembros del cuerpo diplomático, magistrados de las Altas Cortes, congresistas, directores de medios de comunicación y representantes de la sociedad civil.

Lo que dijo el presidente

En su discurso, luego del de Rodrigo Londoño Alias Timonchenko, líder de las Farc, el mandatario de los colombianos dijo que “Hemos forjado nuestra identidad nacional a lo largo de cerca de doscientos años de vida como nación independiente.

Los colombianos no nos dejamos abatir por la adversidad y reaccionamos con fortaleza, coraje y fraternidad frente a los obstáculos” . Añadió Santos que “Somos un pueblo orgulloso de nuestras virtudes, de nuestro empuje y nuestro tesón. Compartimos valores y aspiraciones de progreso y bienestar”.

El presidente señaló que la paz y la concordia son parte de esos valores compartidos. Son un anhelo común y un sueño que hemos buscado hacer realidad desde hace años, décadas… siglos.

“Todos sabemos, en el fondo del alma, que el conflicto armado tiene un costo demasiado alto. Es demasiado doloroso, como lo son todas las guerras.

Los muertos, los desaparecidos, los heridos, las víctimas y sus familias han sufrido este terrible enfrentamiento.” Dijo.

Así fue literalmente el resto del discurso del presidente

Lo han sufrido también todos los que, sin vivir directamente el conflicto, han visto nuestro país, nuestra querida Colombia, atrapada en este laberinto de violencia.

Y todos –absolutamente todos— sabemos que la paz nos devolverá la esperanza, la fe en el futuro y la posibilidad de tener un mejor vivir para nosotros y nuestros hijos.

Ese gran objetivo común nos ha sido esquivo, a pesar de múltiples intentos hechos a lo largo de más de medio siglo.

Pero los colombianos somos perseverantes. Insistimos, nos empecinamos en alcanzar las metas que nos proponemos.

Durante los últimos seis años nos hemos empeñado en darnos una nueva oportunidad para acabar la violencia y sembrar las semillas de la reconciliación.

Hace dos años, en la elección presidencial, los colombianos reafirmaron su decisión de hacer de la paz una prioridad nacional.
En agosto pasado alcanzamos un acuerdo con las Farc, paso fundamental para comenzar a construir esa paz.

Los ciudadanos, el pasado 2 de octubre, se expresaron. Dijeron queremos la paz. Pero queremos un nuevo acuerdo.

Durante más de cuarenta días escuchamos a los colombianos. Escuchamos sus preocupaciones y también sus voces de aliento para perseverar y no perder este impulso, estando ya tan cerca de la meta.

Decenas de miles de jóvenes en todo el país, esa nueva generación que construirá la Colombia del mañana nos exigió que le entregáramos un país distinto al que nosotros recibimos:

Un país donde la violencia y la muerte no sean lo normal.

Un país libre de las cadenas del odio y donde todos tengamos derecho a la vida, a la tranquilidad y a ser felices.

Durante más de cuarenta días, en jornadas intensas, nos pusimos en la tarea de recoger, ordenar y atender las propuestas de ajustes y cambios para tener un nuevo acuerdo.

Quiero reconocer y agradecer los aportes que hicieron las víctimas, la Iglesia, los jóvenes, los empresarios, los partidos de la coalición para la paz, las Altas Cortes y magistrados, las organizaciones religiosas y sociales, los sindicatos, las comunidades indígenas y afrodescendientes, los militares retirados, los movimientos de mujeres, el propio Centro Democrático y tantos otros sectores con los que hablamos, unos que votaron Si y otros que votaron No.

Cada uno de ellos propuso, desde su propia perspectiva, alternativas para avanzar hacia el nuevo acuerdo.

Las recibimos con la mejor disposición, con toda humildad.
Las hicimos nuestras y las usamos como norte para hacer los cambios necesarios al acuerdo original.

Lo hicimos también entendiendo que esos cambios no podían echar para atrás los inmensos logros alcanzados a lo largo de seis años de negociaciones.

Lo hicimos con sentido de urgencia, conscientes de que la incertidumbre y el paso del tiempo conspiraban contra la paz y que el peso de las diferencias políticas no podía – o por lo menos no debería— ser superior al anhelo común de todos los colombianos.
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