Mientras Dios se sigue llevando a las mejores piezas para completar la gran parranda celestial, aquí los menos afortunados nos seguimos abrazando con el dolor cada vez que uno de los nuestros se va a los aposentos del altísimo. El misterio de la muerte, difícil e incomprensible, no deja de ser una latente desmotivación para quienes planeamos años de cosechas abundantes, resultado de arduo trabajo y derroche de talento.
De nuevo, nuestra tierra se enluta con el infortunado fin de otra de tantas prometedoras carreras musicales. Es normal que dentro de la ignorancia nos sigamos preguntando cada vez ¿por qué?, si era tan joven ¿qué pasó?, y nos martiricemos con la idea de que Dios “castiga” o “da lecciones a los que le retan” (si, porque no faltarán los fanáticos que responsabilicen al Viernes Santo de la tragedia). Pero saliendo de estigmas religiosos y creencias que suelen pasar al plano de la desesperación, lo cierto es que solo nos queda recordar con afecto todo el legado de El gran Martín Elías, así como de tantos que le precedieron.
Duele que sea tan joven, que dejó destruidos a sus pequeños, su esposa y a su fiel Patricia, y mucho más que ignoró caminos de triunfo que quedarán esperando sus pasos de gloria. Como consuelo y para sanar un poco la gran herida que crece en el valle de los grandes caciques, nuestros hijos y nietos disfrutarán como clásicos los éxitos que el hijo de Diomedes inmortalizó, y que seguiremos cantando y bailando, haciendo eterno el homenaje que se alzará inmarcesible en las calles de nuestra ciudad.
Por lo pronto, todas las condecoraciones y reconocimientos serán ínfimos, pero igual de merecidos para otro descarado que se atrevió a desordenar la calma de sus seguidores desde una tarima, y que tras el micrófono que inmortalizaba su timbre en las cuatro paredes de un estudio discográfico se hace merecedor de ser nombrado en algún Festival Vallenato, tallado en cualquier deforme material para levantar su escultura y ser nombrado en tantas canciones que sus amigos entonarán para respetar y hacer resonar este inverosímil terremoto.
Martín, te nos adelantas, aun cuando Rafa nos prometió que no pasará lo mismo hoy nos queda tu sombra perdida, como la diosa del vallenato hoy nos dejaste sin nada porque tú, Dios, así lo quisiste. De todos modos, tu papá se alegra porque ya doblaron las campanas y al final del sendero se encuentran los dos, aunque primero lo hizo Kaleth, nos dejaste en el limbo, pero tenemos más de tres canciones para recordarte, un terremoto de tristeza para sentirte, un jamaqueo de penas y el látigo de dolor por un desolado hasta siempre. Nunca te olvidaremos, por supuesto que no.
RICARDO JOSÉ JIMÉNEZ JIMÉNEZ
Licenciado en Lengua Castellana e Inglés
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