En la mayoría del territorio colombiano todo empuja a los jóvenes a ser violentos. Niños, niñas y jóvenes son convertidos en mensajeros del horror por reclutadores de odios. Se recluta para la guerra desde la orilla legal y desde la ribera ilegal. Es absurdo, pero se recluta a niños y jóvenes para hacerle férrea oposición al futuro del país. Y, desde luego, aprovechando la falta de educación adecuada, la miseria y el déficit de empleo se reclutan cientos de  jóvenes para que recojan firmas, que han de catapultar a ciertos candidatos que le van a hacer daño a la ciudad o al departamento, a nombre de esa palabra ostentosa y frágil que aún se denomina democracia.

El negocio del reclutamiento ayer, hoy y siempre necesita que haya pobreza, dependencia y polarización social. Se alimenta de chicas y chicos abortados por un sistema educativo desagradable, esclavista, medieval y coercitivo. Se nutre de políticas públicas que observan a los jóvenes con desprecio y que se acuerda de ellos solo cuando necesita reclutarlos para sus oscuros intereses.

Para Macías (2015), en el caso de los jóvenes colombianos que son carne de cañón del conflicto, “el reclutamiento de menores es el delito más atroz que se puede cometer en su contra, porque no queda un solo derecho sin vulnerar. Esos niños pierden el derecho a la educación, a la salud, a estar en familia. Sus derechos sexuales y reproductivos son agredidos física, sicológica, moral y espiritualmente”.

En las últimas décadas personajes y grupos de diversas vertientes ideológicas han reclutado niños y jóvenes para reclamar derechos que le son vulnerados o para revertir un orden que ellos creen injusto para sus intereses. Los maestros le “violan” el derecho a la educación a sus estudiantes y los incorporan a sus protestas, la mayoría de las veces para exigir mejoras salariales eternamente merecidas, aplazadas y prometidas por los gobiernos.

En otras ocasiones las marchas son en defensa de la educación pública, en ese ejercicio “sacan” abruptamente a los muchachos de sus tareas académicas, quienes casi nunca saben ni las motivaciones, ni las razones del cese de actividades. Eso así moleste se llama reclutamiento, señores.

Es deplorable el espectáculo de los campesinos reclamando tierras exhibiendo tristemente a sus hijos en calidad de coraza ante la insensibilidad del Ministro de Agricultura y del Director nacional de Planeación. Es denigrante también observar a las hordas uribistas en las marchas en contra del proceso de paz, mostrando en un show grotesco a niños y niñas con pancartas cuyos mensajes transmiten odios y sentimientos de venganza contra la sociedad colombiana.

Está claro, entonces, que aquí en Colombia el tema del reclutamiento lo hacen las élites y los de ruana, respondiendo sin duda alguna a los intereses a veces mezquinos y cuestionables, en ocasiones loables y plausibles.

En ese orden de ideas, Silva (2015), reitera que, “tengo enfrente la foto pero aún no me la creo. Parece un montaje maligno. Tiene cara de trampa, de extravío, de chiste pesado de las redes. Es la imagen de un par de niñas cejijuntas e indignadas que han sido engullidas por la tercera marcha contra el proceso de paz celebrada por el uribismo –esta última, más ofuscada, más sonora, fue el nebuloso viernes 7 de agosto de 2015–, y entre las dos sostienen una pancarta que grita “Santos: usted acabó con mi futuro” como aferrándose a ella contra el viento y el sentido común. Quién sabe si es una fotografía de verdad. Quién sabe si estas niñas, de 10, 11, 12 años, en efecto marcharon entre carteles contra la inminente invasión del ‘castrochavismo’, pidieron al pueblo enardecido “no más Santos, no más Farc”, y reclamaron para ellas, disfrazadas de adultas que denuncian el colapso de Colombia, aquella célebre “paz sin impunidad” que en realidad es la paz que no va a darse, la paz que no se da”.

Para lo bueno y para lo malo colocar a los niños, niñas y jóvenes a hacer militancia en las distintas versiones de las ideologías tiene diferentes perspectivas y lecturas.

Para todos los casos si los padres autorizan, obligan o llevan a las buenas a sus hijas o hijos menores de edad a las marchas, a charlas religiosas, a reuniones sobre politiquería o a cualquier evento en el cual el negocio se nota por encima se denomina reclutamiento. Así de sencillo.

Pienso que la corriente de pensamiento de los padres no los faculta para inculcarles odios a sus hijos, para hacerles creer prematuramente que existen 2 Colombias, que aunque sea cierto, la edad cronológica y el nivel educativo que poseen no les permite comprender el juego mezquino de poderes en el cual los mayores quieren que actúen, como si se tratara de un melodrama mejicano de pésima calidad.

Ni siquiera para aquellos niños y niñas que nacieron, vivieron y murieron sin conocer las páginas pintorescas de la cartilla Coquito y que jamás vacacionaron en el mar de Santa marta por culpa del interminable conflicto armado nacional se debe justificar semejante crimen de lesa humanidad. El alistamiento de niños, niñas y jóvenes por tanto es la simiente execrable en donde se fecundan todas las formas de odios.

La democracia sirve para todo y para todos. La usan los infames y los criminales calculadora en mano para oponerse a lo que no les conviene. La usan los honestos para intentar cambiar el rumbo a un mundo cada vez más podrido y torcido. Para asegurar el futuro de unos pocos o para liquidar las ilusiones de los habitantes de los pueblos del mundo. Por ello reclutar niños, niñas y jóvenes es un negocio rentable porque garantiza a largo plazo una masa amorfa obediente y comprometida con unos intereses de otros que jamás comprenderán y mucho menos disfrutarán.

Quizás todos estemos de acuerdo en “que se anhele una época, imaginaria e impuesta, cuando se tuvo la guerra en la palma de la mano. Y que se critique en paz, con los pies sobre los hechos, a este gobierno (Santos) reprochable como tantos, como todos. Pero que no se les siga dando a los niños el papelón de mensajeros del horror” (Silva, 2015). Colocarles en sus mentes desprovistas aún  del rencor de sus mayores, sus líderes, sus guías, los condena a reproducir eternamente el aborrecible oficio de la ira, la desconfianza y la violencia.

Es obviamente jodido: en Colombia cada quien tiene el país que quiere para sí. La idea es que nuestros niños, niñas y jóvenes sean reclutados por el conocimiento, la ciencia, el respeto, la tolerancia por todos y para todos.

Por

Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.

Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.

Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.

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