Que el presidente de la República convoque una cumbre presidencial caribeña y ni siquiera se digne a asistir es, por decir lo menos, una afrenta institucional. Pero lo más alarmante no es su ausencia, sino el silencio. Gustavo Petro lleva más de dos días sin aparecer en público, sin dar explicaciones y sin que su equipo ofrezca un parte claro sobre su estado. ¿En qué clase de democracia el jefe de Estado puede desaparecer sin rendir cuentas?

No es la primera vez. Ya lo vimos en diciembre, cuando se esfumó durante  dos días en el l lanzamiento de «Jóvenes en Paz», y en junio de 2023, cuando prolongó un viaje a París con el pretexto de una reunión que nunca ocurrió. Álvaro Leyva lo contó todo, y gran parte del país, puso en dudas sus palabras.

Esta conducta errática, reincidente y poco transparente mina la confianza ciudadana y desacredita aún más una figura presidencial ya agobiada por la incertidumbre, la polarización y la improvisación.

La canciller Laura Sarabia habló de «razones de fuerza mayor», pero ni una palabra más. ¿Qué fuerza mayor puede justificar la ausencia de un presidente en un evento diplomático que él mismo organizó? ¿Qué le impide salir a dar la cara al país? En lugar de explicaciones, hay rumores: supuestas emergencias de salud, publicaciones anónimas en redes sociales. Y ante esto, silencio oficial. ¿No merece Colombia algo más que conjeturas?

El desprecio por la institucionalidad no es un detalle menor. La figura del presidente no le pertenece a Gustavo Petro: representa al Estado, al pueblo y a la democracia misma. Jugar al misterio o esconderse en momentos clave no es un acto de genialidad política ni una estrategia de liderazgo alternativo. Es una irresponsabilidad mayúscula que pone en jaque la gobernabilidad.

El país exige certezas, no evasivas. Exige transparencia, no insinuaciones. Exige un presidente presente, no un fantasma de palacio. Porque mientras él se oculta, los problemas del país —inseguridad, desempleo, crisis en salud, violencia— siguen ahí, golpeando la puerta de un liderazgo que hoy parece ausente no solo físicamente, sino también moralmente.

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