Hace dos años, el 7 de octubre de 2023, el mundo quedó estremecido. Integrantes de Hamás cruzaron a territorio israelí y asesinaron a más de mil personas. Fue un acto terrorista, condenable desde cualquier punto de vista.
La reacción de Israel, liderada por Benjamin Netanyahu, fue inmediata… y desproporcionada. Dos años después, esta guerra ha dejado más de 60 mil muertos, la mayoría civiles, mujeres y niños.
Es posible –y necesario– rechazar ambos hechos:
El ataque terrorista de Hamás, que inició el conflicto, y la respuesta israelí, que se convirtió en una tragedia humanitaria. Pero, en Colombia, pareciera que no todos pueden ver ambas caras de la moneda.
El presidente Gustavo Petro ha optado por ondear la bandera palestina y alentar discursos y movilizaciones que, muchas veces, rayan en el antisemitismo.
El mandatario alza la voz por la guerra en Oriente Medio, pero guarda silencio –o se distrae– frente a la violencia que seguimos viviendo en Colombia.
Es hora de decirlo con claridad:
Esta guerra no deja héroes, solo víctimas.
Los crímenes de Hamás no justifican la devastación de Gaza. Y ningún líder internacional debería avivar odios en lugar de buscar caminos para la paz.
Hoy, mientras incluso figuras como Donald Trump intentan mediar en busca de un alto al fuego, debemos preguntarnos: ¿Habrá voluntad real de paz o seguiremos viendo cómo se suman más víctimas inocentes en ambos bandos?
Colombia debería ser voz de equilibrio y sensatez, no de polarización.
Y nuestro presidente tendría que mirar primero la guerra que arde en nuestras regiones, donde comunidades enteras sufren desplazamientos, masacres y violencia.
Porque la paz empieza en casa. Y porque condenar el terrorismo no significa avalar la guerra. Ambos extremos merecen nuestro rechazo.
Es hora de parar esta guerra que solo ha traído muerte y dolor. No olvidemos el origen de este conflicto, pero tampoco olvidemos la barbarie que ha desatado.
Que la voz de Colombia sea un llamado a la paz, no a la división.