Desde la calle llegaban los gritos de una multitud sin nombre, sin rostro. Las viejas consignas del movimiento de docentes defendiendo otra vez la Libertad de cátedra sonaban bien. Se sentía una melancolía real, diseminada, que a ratos endurecían las palabras. Una melancolía reemplazaba cualquier otro dolor que pudiera viajar en los cánticos que los maestros entonaban en favor de …