Jorge tenía 14 años. Nació en el Barrio 12 de Octubre, al frente de la cancha de fútbol. Era regordete y chusco, negado para los juegos que requerían de ciertas habilidades físicas. El fútbol era una acuarela que desfilaba por su ventana 3 veces al día: goles de colores, hazañas de personajes anónimos, en fin, los sueños de cientos y cientos de niños que entienden el mundo desde la pelota de fútbol y por la pelota de fútbol, olvidando que en ese planeta de las frustraciones no hay cupo para tantos Neymar.

“Él siempre decía que el periodismo era lo suyo”. Periodista de esos que cubren las guerras, de esos que se juegan la vida entre las balas, que buscan la noticia agarrados de la mano ensangrentada de ese soldado anónimo que no conoció el mar. De esos que se mueren creyéndose patriotas, que sueñan con que su nombre anodino adorne una placa olvidada en un parque enmontado.

Nada de andar detrás de una entrevista de Messi, de Dybala o de Cuadrado. Eso para él era denigrante. ¿Qué postulados de ética, de geopolítica, de cambio climático o de posverdad podrían formular estas vedettes del mundo del fútbol?

Mariana tenía 29 años, era de mediana estatura, morena clara, bien formada: caderas como mausoleos corvos, piernas firmes y torneadas, y un talle que nadie quisiera dejar de recorrer.

Jorge Leía a Cortázar y a Hemingway, a Sábato y a Borges, de vez en cuando leía a Benedetti: “Es una lástima que no estés conmigo, cuando miro el reloj y son las cuatro, y acabo la planilla y pienso diez minutos, y estiro las piernas como todas las tardes, y hago así con los hombros para aflojar la espalda, y me doblo los dedos y les saco mentiras”.

Al mismo tiempo que perdía el año académico, ganaba tiempo a la vida. Soñaba y leía. Alguien decía que “leer da sueños”. Quería estar seguro. Sabía que la seguridad la otorga el conocimiento, las lecturas, ese estante de libros exprimidos y esa perspectiva crítica, terca, de cuestionarlo todo, dudarlo, y sospechar. Cuando hablaba quería lanzar dardos: dardos envenenados, son como virus que llegan al otro y lo contaminan, cooptan, tambalean y enferman. Palabras y conocimiento que hacen dudar. Sus interlocutores, quizás amigos o familiares, se alejarían de él, como heridos, trastabillando, ladeados, pensando, hurgando, y al fin cuestionando. Cuestionándolo todo.

Es 16 de Septiembre de 2017. Valledupar es un mar infinito de aguas nauseabundas, la lengua caliente de los truenos acaricia los picos nevados de la sierra. La luz eléctrica se escapa velozmente por la cuarta. “Nos jodimos”, dice alguien.

Un sujeto calvo y uribista le echa la culpa a las FARC por la tanta llovedera en la ciudad. Una anciana que al medio día hacia el aseo en el segundo piso cree que el Papa Francisco es el culpable de la ola invernal. “Ese cura pendejo está de acuerdo con las mariquerías de los maricas. Por eso es que no deja de llover, esto es el Apocalipsis, capítulo 58, versículo 67”. Y se echó a orar. Moqueaba y oraba.

Recuerdo en medio de la oscuridad que había debatido toda la tarde sobre Pedagogía con 25 profesionales en la Universidad Mariana de Pasto. Periodistas, docentes, ingenieros, administradores de empresas, enfermeras, contadores públicos…

Jorge ya tenía 22 años y había regresado al Valle. Mariana cumpliría sus 39 años en Octubre enterrada en una fosa común en algún lugar sombrío de Méjico.

Hablamos de modelos pedagógicos, del papel de los docentes en la modernidad, de las nuevas ciudadanías que habitan las universidades, de los doctores y posdoctores que no saben leer, ni escribir. Les leí, les conté: de Gabriel García Márquez y José Saramago mis escritores favoritos. Pero igual les dije que tarde o temprano habrían de disfrutar a Arturo Pérez Reverte, Teresa Mendoza, Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa y Rubem Fonseca.

Hablamos de Mario Díaz, de Olga Lucía Zuluaga y de un tal Antanas Mockus, el que fue alcalde y mostró sus nalgas chupadas y blanquísimas en una reunión política con estudiantes de Artes, más famoso por ser un pedagogo brillante que por administrar sin acudir a la corrupción a Bogotá.

Jorge me recordó su paso fugaz por el glorioso 10-03 en aquel lejano 2008 en el Leonidas Acuña. Me contó lo divertido que había sido el chiste de la lectura crítica, las clases bacanas con el video beam, la bromas descomunales a Acosta y su “cerebro” de futbolista, los sarcasmos candentes con los letreros casi siempre mal escritos que pegaban en las paredes desesperadamente los maestros de las otras áreas, intentando enseñarnos con discursos que ya nosotros habíamos eliminados por voluntad propia de nuestra memoria cortoplacista. Los fascinantes plurisentidos de “Tú cliente también nos vio” me siguen inquietando, no lo duden. Nos contó sin rubor alguno que todos los varones del curso eran fans introvertidos de Mía Khalifa y Esperanza Gómez. Que estaba de paso por el Valle y que era un placer encontrarnos nuevamente.

Me preguntó por el “Tata”, por Mafe y Fernando Mercado, por Oscar y kenner, por Uribito y Gabriellys, por la Flaca Villalobos, por Puellito, por Valeria, por Villero. “Todos queríamos aprender profe, -lo recordó- pero no sabíamos cómo, ni para qué, a todos nos gustaba tu clase, pero a veces no entendíamos nada. Todo iba en el empaque de la ironía, del sarcasmo, de la burla, todo tan universitario. El mundo cambió y nosotros seguíamos en una zona de confort llamada Valledupar”. Tú creías en eso, nosotros nos tomábamos selfies.

No olvidé nunca que siempre nos decías: “si me entero que quieren aprender, ahí estaré”. Gracias por dejarnos crecer, profe. No es exagerado: a las 6 de la tarde toda el agua del mundo se rompe sobre Valledupar.

La camioneta está a 2 cuadras, el parqueadero está inundado. “Son 4.000 pesos”, escucho desde la oscuridad. El agua llega a las rodillas. Las luces multicolores de los vehículos dan cuenta de muchos árboles desparramados en las calles, coloco la llave, la giro, Silvestre Dangond canta…

Para eso es la Pedagogía, la educación, la didáctica, la evaluación; para que los colectivos humanos crezcan.

¿Tú sigues creyendo en eso profe? Y tus pelaitos y pelaitas del Leonidas, ¿siguen whasapeando?

Sonrío, muevo la cabeza, miro el piso, recuerdo mi oración favorita, “puuuta vida”, ¿tengo otra opción? Obvio, regresar los lunes, tal vez me entere, que más da, que alguien quiere aprender.

 

Por    Osmen Ospino Zárate

@osmenw

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