¡Patos al agua!. Uno de ellos el concejal de Bogotá, ntonio Sanguino, quien en las últimas horas presentó renuncia a la corporación, y la cual fue aceptada por parte de los miembros del Concejo de la capital de la república.
Lo de Sanguino es digno de destacar, porque fueron diez años en el Concejo, tiempo durante el cual incluso llegó a ser reconocido por los medios de comunicación como el concejal revelación al denunciar a funcionarios que se vieron obligados a renunciar a sus cargos, después de las pruebas que Sanguino presentara.
“Para mí ha sido una singular y enriquecedora experiencia. El aprendizaje sobre los problemas de la Ciudad que he recibido es inmenso. También sobre los problemas prácticos del Estado y de la Administración Pública. Y sobre todo, la aproximación a las crecientes y cada vez más exigente demandas de una ciudadanía plural, diversa, multicolor y calificada como la bogotana”, puntualiza Sanguino en su carta de renuncia.
Ahora que Sanguino renuncia, surge la oportunidad de analizar esta decisión. Y ante eso hay que anotar primero que todo, que se trata de un político que ha entendido pese a ser solo concejal, – aunque sea de la principal ciudad de Colombia -que no se podía limitar a hacerse sentir solo en esa ciudad. En el Cesar es bien conocido, aunque eso tiene sus razones. Una de ellas, es que este hombre a pesar de su tono y su pinta de cachado, es oriundo de de este departamento. De hecho sus actuaciones, han llegado hasta estas latitudes como en casos como la reciente decisión del alcalde de Curumani de desistir en su lucha por recursos del Ocad para destinarlos a temas ambientales de su localidad. Sanguino alzó la voz al respecto, pero eso es harina de otro costal.
Desde el partido Verde, Sanguino ha estado muy cercano a los cesarenses, y en los últimos procesos electorales se le ha visto muy activo por estas latitudes.
Ahora bien, dejar la zona de confort en la que se encuentra, no deja de ser un riesgo. Riesgo que debe asumir, si no quiere quemarse. De quemarse en unas elecciones al Congreso, no sería tan grave como el hacerlo en una fría silla del Concejo capitalino.
