Cuando gente muy cercana y amada por mí, decidió hace dos años darle la oportunidad a Gustavo Petro, depositando en él su confianza para ser elegido presidente, les confieso que me molesté. Ejerzo cierto liderazgo en mi familia, con gusto le sirvo a todos, por lo cual considero que mi opinión a la hora de elegir a los mandatarios, debe ser tenida en cuenta, y por qué no, acatada. Pero no, hubo desbandada, desobediencia civil al interior de mi familia, y la mayoría decidieron apoyar al hoy presidente. Al fin de cuentas, cada quien está grandesito, tienen su cédula en mano y un libre albedrío que Dios les dio.
Lo anterior no provocó más que mi decepción, pero nunca una discusión, jamás una pelea, mucho menos ha habido división. Por el contrario, no nos tomamos a pecho nada de eso, cada día somos más unidos, aunque me sigue ardiendo que no me hayan hecho caso. No a mis órdenes, si no a mis conocimientos de política.
¿Saben algo?, sin embargo, muy en el fondo deseaba ser yo el equivocado. Guardaba la seria esperanza de que este gobierno en cabeza de Petro, me iba a sorprender, y me dejaría con la boca abierta. Pero no, hoy mis familiares en su mayoría, están desilusionados de un gobierno que ha desperdiciado la oportunidad de oro para lucirse y demostrarnos que era el cambio que el país esperaba.
Les aseguro, les doy mi palabra, que no he pasado cuenta de cobro. He evitado la sorna, el humor negro, aunque ganas no me faltan para decirles a los míos; se los dije, ese gato no sirvió.
Aún así, a mitad del camino, sigo deseando – se los digo con toda sinceridad- que Petro me sorprenda. ¡ Sorpréndeme Petro!, te quedan dos años, sé que puedes.