Nos tocó bailar con la más fea. Un grupo de jóvenes periodistas, afiebrados que fuimos reporteros de guerra sin saberlo. Un grupo de amigos que se encontraban siempre para en combo, dirigirse hacia los lugares más recónditos del departamento para ser mirar con nuestros propios ojos los horrores de la guerra. Vivimos esos tiempos de horror, pero no teníamos tiempo de reflexionar acerca de ellos.
Aún tenemos gravados en nuestros recuerdos, el olor a sarna, que es a lo que huele la sangre, mezclada con sudor y fango. Un muerto no valía, se necesitaban más de 4 para que nuestros cachacos editores nacionales nos prestaran atención. Dos, tres muertos, no eran noticia, la sangre vendía, si, pero dependiendo del volumen.
Pero en medio de ese conflicto, éramos amigos, nos necesitábamos unos a otros. Por eso la chiva no existía. La noticia era un bien común entre los jóvenes reporteros, que no solo compartíamos la noticia, sino la amistad. Unos más unidos que otros, pero al fin de cuentas, amigos. Alba Quintero y yo, recorríamos las calles de la ciudad, o de cualquier población cercana en aquella moto Honda Esplendor que era nuestra unidad móvil. Alba con su chaleco de Caracol Radio, yo con el de RCN. ¿Qué dirían Arismendy y Gossaín si nos hubiesen visto en esas?.
Creíamos que estábamos en medio del conflicto, pero no, también estábamos en la mira del mismo.
Gracias a Yanitza Fontalvo Díaz, por plasmar en su libro este sentir de los periodistas de la época. Gracias Yani, y felicitaciones. Una obra que necesitábamos nosotros los que vivimos esa época para hacer algo de catarsis, y los jóvenes periodistas para aprender más que de nuestros aciertos, de nuestros errores.
