Una noche con parte de mi familia fui al estadio , muy ilusionado por la llegada de un nuevo equipo a mi ciudad. No me quedaron más ganas. No solo porque el equipo resultó ser un fiasco. – de hecho aún no se gana mi confianza- sino porque a decir verdad, no es mi ambiente.
Y ojo, les estoy hablando de un estadio bonito pero con poco aforo. Eso sí, costoso como él solo.
Uno llega al estadio y la fila que tiene que hacer es enorme, dependiendo del nivel del equipo visitante y de cómo esté en la tabla el equipo local.
Y por allá escucha a alguien madreando al jugador, al pobre árbitro. Usted escucha a gente que en la iglesia levanta las manos adorando a Dios, maldiciendo a cuanto cristiano se atraviese. Y el policía que te ponen adelante supuestamente para cuidar, pero que no te deja ver es de lo peor.
Pero por encima de todo, es la tensión que produce la presencia de una barra brava. Ese día nos tocó la del Pereira. Estaban alejados de mi puesto, pero la verdad su actitud amenazante no deja a uno concentrarse.
Eso es en el estadio de Valledupar, imagínese ese ambiente en el Atanasio Girardot de Medellín. Yo me muero, me dijo mi esposa. Y yo también, le respondí.
Siempre lo he dicho, esos que dan la vida por un equipo, que delinquen en un estadio, que delinquen en el camino hacia la ciudad donde vana ver jugar a su equipo, no son hinchas, son delincuentes que solo buscan un pretexto para delinquir, y punto. No tienen por qué entrar a un estadio, porque entre otras cosas no tienen ni idea de lo que es un tiro de esquina.
A meter en cintura a los desadaptados, que se tiran el mejor espectáculo del mundo, al que yo por lo menos, prefiero ver desde la tele.