Siempre me ha parecido traído de los cabellos que en tiempos como los actuales, exista la realeza. Una familia que vive rodeada de lujos, con todos los privilegios habidos y por haber, mientras la pobreza se campea en sus países y por el mundo. 

El mismo sentimiento se apoderó en 2020 por el príncipe Harry, quien abandonó la realeza junto con su esposa Megan, anunciando que iban a dejar de ser mantenidos por el presupuesto británico. Una decisión arriesgada, pero aplaudida por cientos de ingleses que miran con recelo, la existencia aún, de la corona.

De hecho, la juventud  británica no simpatiza con los reyes. Estudios adelantados en ese país, indican que un 27 por ciento de ellos quieren abolir la realeza. En 2019, la no aceptación era del 13%. Esas encuestas fueron realizadas cuando la reina Isabel estaba viva, quien curiosamente en esas mismas encuestas, la aprobaban con un 80% de imagen favorable. Contradictorio, mientras la imagen de la realeza era baja, la de la reina Isabel era positiva. En otras palabras, en Reino Unido querían una reina sin corona.

Ahora bien, con la subida al poder del Rey Carlos tercero, el reto es grande para este personaje, no tan carismático como su señora madre y con una reina a la que no le perdonan el golpe de estado que le dio a la princesa Diana.

No soy experto en realeza, y ese tema es asunto de ellos, los ingleses, pero hoy entiendo por qué existe la corona y de qué les sirve: Su existencia blinda a estos países con reyes, de dictadores, de reformistas inconsultos, de personajes mesiánicos. ¡A malaya no tener una corona en Colombia!

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