«El trabajo lo hizo Dios como castigo», reza uno de los versos de la canción El Negrito del Batey, canción que ha dado la vuelta al mundo, y que está basada jocosamente, en la historia que reposa en el Génesis de la Biblia, cuando Dios por castigo, impuso el trabajo sobre el hombre.
Pues nos enseñaron mal. Ni el Negrito del Batey tiene la razón, como tampoco aquellos que han enseñado que trabajar es una maldición de Dios, porque la verdad es que el hombre desde su creación tuvo asignaciones por parte de soberano.
Lo cierto es que, en estos tiempos, tener un trabajo, es una bendición. A tal punto que encontramos en él hasta identidad. Somos muchas veces lo que hacemos, cuando nuestra esencia es otra. El trabajo se volvió hasta un ídolo, un vicio, sin el que a veces no sabemos vivir, y no porque no generemos ingresos, sino porque para muchos, el trabajo es la vida misma.
Ahora bien, no tener trabajo en estos tiempos con Afinia respirándote en la nuca, y con la canasta familiar por las nubes, es un verdadero drama. El trabajo dignifica al hombre, dijo Marx. Y si que tenía razón. Sin trabajo, aparte de no tener como solventar los gastos, la sociedad nos segrega, los amigos se alejan, y surgen los problemas conyugales.
Por todo lo anterior, celebro hoy estas noticias. Que la desocupación en Valledupar haya disminuido los tres primeros meses de este año, que la administración departamental habrá convocatoria para 250 personas en trabajo remoto, y que el Ministerio de Trabajo lleve a cabo de la mano de Comfacesar en esta ciudad, el encuentro de empleo y productividad.
Trabajo hay, lo que poco hay es empleo. El reto para disminuir los índices de desocupados en un territorio donde la palanca política es la que prima, es grande.