Ya les he contado antes la triste historia de mi nombre, el cual no es que me agrade de amucho, pero ajá, es el con el que me tocó vivir. De tanta equivocadera de la gente con él, un día estuve incluso a punto de cambiármelo. Me iba a llamar José Alfredo. José por mi tercer nombre, y Alfredo por mi padre. Desistí de la idea un día que el mismo Alfredo, mi papá, me contó la historia detrás de mi nombre.
Pero a pesar de ser feo, de ser para muchos difícil, y que es más de cantante vallenato que de periodista, yo soy un defensor de este nombresito que me tocó.
Traigo a colación ese tema porque hace unos días tuvimos una discusión sana con algunos colegas, producto de la fea costumbre de algunos funcionarios, de algunos entrevistados en la radio, de llamar a un periodista con el nombre del otro.
Y aunque el colega aludido y cuyo nombre fue confundido, muy poca importancia le dio al asunto, algunos colegas coincidieron conmigo en el sentido de que debemos defender nuestro nombre porque al fin de cuentas es nuestra marca personal.
Considero que sin bien es cierto que detrás de esa costumbre de olvidar el nombre de alguien a veces no hay malas intenciones, sino simplemente olvidos como tal, también he sido testigo del actuar de algunos, de olvidar a propósito, porque eso es una estrategia para pordebajear y ofender al otro.
¿Conoce usted a personas que tienen por deporte, hacerse los locos con el nombre de otro?. Yo sí.
Así que la próxima vez que le confundan el nombre o se lo pronuncien como usted no lo pronuncia, defiéndalo sin necesidad de molestarse y responder con ofensa a quien se ha equivocado a propósito o sin querer. Defienda su nombre. Su nombre es tal vez lo único que le va a dejar a sus hijos.