Quiero exagerar; si, exagero. Lo hago con la clara y perversa intensión de poner en la puntiaguda mirada de quiénes me leen el desafiante pero poco recursivo odio con que algunos compatriotas respiran y contagian con reacciones que divergen en opinión, pero que convergen en rencor.

Y antes de que algún moralista y espiritual romántico, de esos que no conciben la crítica venga a flagelarme con sus contraargumentos rosa, aclaro que este organigrama léxico no pretende centralizar la oscura y canalla versión del colombiano, el ser más feliz del mundo, sino denunciar y teñir de rechazo a quiénes aprovechan situaciones extremas para sacar a flote su rencor poco vanguardista y su peculiar manera de quedar en ridículo.

Cada vez que el país atraviesa por algún momento de extraña lucidez, en el que ya sea por alegrías o tristezas, todos nos unimos en una sola voz, el demonio (no lo menciono aludiendo a alguna idea religiosa, insisto) salta campante y mueve un par de fichas para disociar la calma y alborotar el cavernícola que corre por nuestras venas.

Resentimiento social, la búsqueda de protagonismo o una mera división regionalista; sea cual fuere el motivo que llevó a esta tierna columnista a expresarse de tan bárbara forma acerca de uno de los seres más sencillos de la nación caribe es injustificado, a la luz de la verdad. De antemano compadezco a los que se rindieron ante sus tibias intenciones de arrepentimiento. Falso. Tenemos que sacarnos de la cabeza la absurda idea de que los males y los vicios se heredan.

Entonces, los hijos del sanguinario y salvaje más humillante que ha tenido nuestro país, el que con bondad disfrazó su sed de destrucción y amilanó a las masas y al poder mismo, esos infortunados de llevar el apellido Escobar nunca hubieran tenido una oportunidad de vida. O el pueblo de Mocoa rechazaría el ofrecimiento de las FARC para ayudarles a tratar de levantar lo que la furia de la naturaleza se llevó (sean cuales sean sus intenciones de fondo), solo porque éstos han masacrado y violado todo lo que han querido.

Y Mando… ¡Ay Mando! No alcanzo a comprender cómo puede pasar por los ignorantes pensamientos de algunos retrógrados de que este pobre y servicial caballero quiso que Dios se llevara la vida del joven intérprete vallenato. ¡NO MÁS!

Algunos compatriotas deben cambiar el chip, o más bien incinerar sus ideas de resentimiento y absurda protesta. Hay que pensar por encima de los límites de la razón, y comenzar a reflexionar el por qué aun somos un país tercermundista; no todo está en la producción material. De hecho, el origen del progreso se halla en las mentes que quieren salir del vacío existencial y generar cambio, a raíz de un pensamiento diverso.

No podemos continuar aprovechándonos de sucesos de pena para sacar renta y tener a las malas ese inútil cuarto de hora. No deben proceder más brujos que hechicen con inopia a todo vulgar que se crea el cuento de que ellos ya habían predicho lo que pasaría; la muerte tiene que dejar de ser un negocio.

Ojalá nuestro país, este que ha sufrido las penas causadas por la inocencia, despierte algún día, para que el alba brille con tanta intensidad que podamos dejar de reír con esta ardiente y oscura parodia.

RICARDO JOSÉ JIMÉNEZ JIMÉNEZ

Licenciado en Lengua Castellana e Inglés

Twitter:  @RicardoJmnz

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Instagram: @ricardoojos3

 

 

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