Tiene 30 años de edad, es un enamorado de las matemáticas, tanto que se licenció en ellas, y terminó por especializarse en educación. Pero aunque debiera estar encerrado en un aula de clases enseñando los números, se la pasa de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo hablando con niños, y compartiéndoles de algo que para él es fundamental: Dios.

Es Marco Ordoñez Velásquez, nació en  Bogotá pero hace mucho tiempo reside con su familia en Bucaramanga, ciudad a la que dice, llegó con una mano adelante y otra detrás. Hasta que miró al cielo y recordó las enseñanzas de su abuelita, a quien hasta los guerrilleros de la zona donde vivía le temían por la forma como les hablaba del Creador.

Un día decidió trabajar con jóvenes, pero de rodillas en una jornada de esas de búsqueda intensa de Dios, escuchó una voz que lo comisionaba para predicar en las zonas deprimidas de Bucaramanga. Ya no a jóvenes, sino a niños. En ese momento, muchos de estos pequeños se estaban perdiendo en la droga y la delincuencia.

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Y así arrancó, convencido de que no se estaba metiendo en un asunto de religión, sino en una empresa de cambiar estilos de vida. “La religión cambia conductas, Jesucristo cambia el corazón”, dice convencido de que lo que está sembrando en los corazones de los niños, es algo que se quedará por siempre.

 “He visto un cambio en mi niño, quiero conocer a ese Dios” recuerda Marco que le dijo un padre de familia que al inicio dejaba ir a su hijo a las clases con ese predicador, solo para no tenerlo “dando lidia” en la casa. Poco a poco, ese mismo lugar, se fue llenando ya no solo de niños sino de adultos que andan buscando eso que sus hijos un día encontraron.

Decidir la religión cuando sean grandes

En un país laico como el nuestro, es común escuchar que los padres digan que los niños deben crecer sin tener religión, para que cuando sean grandes decidan en que creer.  “No es una idea bíblica, porque la palabra de Dios dice, instruye al niño en su camino, y aun cuando sea grande no se apartará de el” asegura este joven de 30 años, quien ha visto que a través del mensaje de la cruz, muchos son los niños que se han aleado de la droga y otras cosas que nada bueno le aporta a sus vidas. “Si no le enseñamos a los niños a amar a Jesús, cuando sea grande al mundo les enseñará a no amar a Jesús”  concluye el matemático que hace cuentas y cuentas, y pierde ya la cuenta de a cuantos niños ha logrado llevar a los pies del Creador.

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