Las imágenes están empotradas dentro de un ascensor capitalino. Un hombre corpulento y bien vestido golpea salvajemente a su pareja, se le nota la excitación, gira varias veces en el pequeño espacio y arremete con más brutalidad, la excitación es así. La siguiente imagen muestra a un joven alto y flaco recriminando al agresor de la joven. La siguiente secuencia confirma una golpiza de esas que Toretto, el célebre personaje de Rápidos y furiosos versión 46, le asesta a un bandido. El héroe del video, pastuso, paladín de estos días, a la pregunta que si la agresión a una mujer ocurriese en su presencia en otra ocasión ¿cómo reaccionaría?, no dudó en afirmar con impensable coraje, que sí, que volvería a salir en defensa de cualquier mujer. Bueno, ya lo saben, la mujer agredida dentro del ascensor no denunció a su “amoroso” agresor. Es decir, todo tiende a solucionarse debajo de las sábanas, como otra violación más. De película: la violencia en todos sus tonos casi siempre opera como un bumerang de complicidades.

A nadie le deben quedar dudas que el espeluznante episodio del ascensor es un problema de educación. La creencia ciega que la mujer es a duras penas un objeto que se puede golpear por un simple cambio de humor, se deriva de la cruel premisa de la tal superioridad social, física e ideológica del hombre sobre la mujer. Lo anterior está arraigado en la malla curricular de un sistema educativo caduco, ultragodo, hiperreligioso y violento que privilegia una jerarquía dolorosa, que antepone un orden malévolo y esclavista para pisotear los derechos de las minorías más vulnerables. ¿Para qué ostentar un Smartphone de última tecnología, si actuamos como un orangután de las cavernas? La imagen del homo sapiens arrastrando de los cabellos a una fémina hacia una cueva inmunda, no es por supuesto un meme que produzca risotadas, es lo que pasa en Colombia por fuera de las sábanas y se arregla debajo de las sábanas. CARACOL nos mueve la vida, espero que no se les olvide nunca.

En el mundo intercultural en que vivimos cada día es más complicado y a la vez obvio, que la educación para entender semejante coctel de confusiones deba ser crítica, flexible, cambiante y contextualizada. Sin embargo pertenecemos a la generación galleta de soda, no soportamos la crítica y la contraargumentamos con ofensas. El dantesco espectáculo medieval del ascensor lo reitera, nos educan en la violencia, evento este que nos impide reconocer que las personas son distintas, que piensan diferente y vinieron al mundo en empaques diversos. ¿Seguimos hablando de educación, cierto?

Cada vez es más frecuente en el sistema educativo colombiano (asfixiante y anestésico), los docentes digámoslo sin ambages, intentan explicar los fenómenos del conocimiento a partir de ejemplos que ya no funcionan. Confirmen a través de la Urna virtual de Caracol televisión ¿cuántos de nuestros estudiantes quieren parecerse a algunos de sus docentes? Voy a responder con un sórdido: ¡Guácala!

Es un hecho, la clave del aprendizaje no está en los contenidos, ni en Internet, mucho menos en los consejos laberinticos de los adultos, es en apariencia una “oración” simple: se trata de enseñar a pensar y enseñar a entender. Ello divierte y promueve el bienestar personal y social. Imaginen al matoncito del ascensor aceptando su responsabilidad en la agresión, y por supuesto, dejándose conducir por el joven pastuso a una URI en una madrugada capitalina, sin necesidad de ser denunciado por la agraviada. No confundan Cundinamarca, con Dinamarca: hay millones de kilómetros en educación y civilidad de diferencia. Que no quepan dudas la misma que hay entre un Smartphone y el boqui toqui (Walkie talkie, SCR-300 de Motorola) creado en 1940.

Es necesario, aunque cueste mucho, asumir que los cambios sociales no van a ser posibles insistiendo en hacer siempre lo mismo. No es una apreciación estigmatizadora, pero la institución educativa en todos sus tonos es la que más se resiste a los cambios y la que peor se adapta a dichos cambios. En las aulas se persiste con obsesión neurótica en la gramática y la sintaxis (no digo que no deba revisarse), y se deja de lado la escritura creativa y la lectura crítica. Esa es una catástrofe social que tenemos frente a nuestras narices, pero de tanto verla, todos los días, ya no la vemos. “Ese pelao no entiende ni lo que él mismo lee”, Aduce pletórico de arrogancia el maestro. ¿Y cuántos libros te has leído este año tú, profe? Los estudiantes saben la pregunta, saben la respuesta, pero no quieren hacer parte de un nefasto “falso positivo” académico. El maestro sabe la pregunta y sabe la respuesta, también tiene en constante alerta el listado de calificaciones para perpetrar un nefasto “falso positivo académico” Está en el menú de ese día, en el de todos los días, hoy, mañana y siempre. El Profe tiene un Smartphone en el cual solo sabe hacer y recibir llamadas, coloca y lee algunos mensajes de texto y está felizmente en el grupo de Whatsapp del Colegio para enterarse de todo lo que pasa en esa pequeña parroquia de chismes y “reflexiones” profundas. Los estudiantes a veces no tienen los 200 pesos para la fotocopia de Historia, en la cual el profe nos hace creer, iluso el man, que lo más importante es que los estudiantes(o sea, nosotros) nos preguntemos sobre las dinámicas sociales, económicas y políticas. No cómo se llama tal rio, o tal Presidente.

Por ahí me enteré que el tipo que golpeó a su novia o a su mujer, no sé qué carajo eran o son en el ascensor fue capturado. Escuché que no aceptó los cargos que le imputaron, me enteré que la señora o señorita brutalmente golpeada le hará visitas conyugales los miércoles y los domingos. El joven pastuso que quiso impedir el acto demencial esa noche leerá la noticia también. Pensará como yo, que lo que ocurre en Colombia es un problema de educación. Pensará y nadie le prestará atención, que lo más importante es que los niños y jóvenes lean críticamente y no que reciten las leyes de la física, los sucesos de las guerras del siglo 19 o los vericuetos de la tabla periódica.

Estoy seguro que el martes el joven pastuso saldrá, igual que yo, muy temprano, él a las calles bogotanas con su ridículo disfraz de Supermán a impedir que otro macho alfa le reviente la cara a otra mujer. Y yo estaré, que nadie lo dude, muy temprano, qué importa, en el Leonidas Acuña, con mi absurdo antifaz de superhéroe obsoleto dispuesto a impedir que el mundo continué tal como está.

Y para eso, que yo sepa, no se necesita tener un Smartphone…

 

Por Osmen Ospino Zárate

@osmenw

 

 

 

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