El componente cultural es un determinante muy fuerte para definir los perfiles neuróticos de las personas en las distintas épocas de la historia. La convulsionada cultura colombiana atravesada a lo largo y a lo ancho por el conflicto armado, así lo denominan los violentólogos de la confrontación bélica; el abuso del Estado cobrando impuestos a diestra y siniestra para alimentar la corrupción política, raponazo puro a las menguadas finanzas del colombiano de a pie, le dicen por ahí; la constante amenaza terrorista que se deriva de la desigualdad social o del odio infinito que se siente por el “otro”, precisamente porque ese “otro” piensa distinto y representa un peligro para “mis” intereses, es una prueba firme que los neuróticos están en todos los menú del panorama nacional.
Ya hace parte del paisaje cultural de la política colombiana el sufrimiento y la angustia colectiva que les impide a las personas reaccionar positivamente en beneficio del resto de sus compatriotas. Es obvio que una personalidad neurótica es aquella quien estando en constante conflicto, casi siempre inconsciente, y en el cual jamás encontrará satisfacciones ni personales, ni sociales, prefiere por tal hundir el barco en vez de llevarlo a un puerto seguro.
El colombiano neurótico está en contra de la paz porque piensa que los combatientes de la guerrilla se tomarán el poder. El simple hecho que un criminal controle el Estado los llena de angustia, aun a sabiendas que han sido muchos los delincuentes por acción u omisión de todos los sufragantes han estado en el solio de Bolívar.
El colombiano en estado de neurosis absoluta está en contra del matrimonio homosexual porque cree que la perversidad es un asunto de maricas y lesbianas, y de paso, pone en peligro la sagrada institución social que aún algunos utopistas llaman familia; sin embargo apoyan a morir los actos criminales de los políticos que se roban los presupuestos que servirían para desactivar la miseria.
Un neurótico o neurótica cree ingenuamente que existe un pensamiento uribista. Vi con perplejidad un letrero rutilante en una casona colonial de la Plaza Alfonso López rezando tal barbaridad; es decir un cuerpo doctrinario cuyas principales líneas teóricas sean el “todo vale” (falsos positivos, chuzadas, alianzas con criminales, etc.) o defenderse de los señalamientos de la justicia o la oposición, atacando con mentiras dantescas a las víctimas de sus crímenes. Por ahí leí, que ese tipo de comportamiento político, detestable y antiético, algunos lo llaman “habilidad”. Un profesor, un senador, un alcalde, un gobernador o un ministro no debe ser hábil, debe ser honesto y punto.
Entonces, como rasgo predominante, un neurótico, necesita casi siempre sentirse querido y apreciado por las personas cercanas a su entorno, intenta, por todos los medios imponer un conjunto de pretensiones incapaz de sostenerlas por sí mismo, lo que de una u otra manera, lo convierte en una persona dependiente de esas mismas pretensiones, en el sentido que al no poder obtenerlas se angustia y sufre de manera permanente.
La angustia y el sufrimiento del que humilla y maltrata al hijo, al estudiante, al obrero, a la esposa y a sus votantes no se observa a simple vista… la procesión va por dentro. Cada golpe que infringe al “otro” es una derrota más para su alforja de ególatra. Cada que salen a la calle y observan la felicidad de los niños regresan al congreso a tratar que el servicio militar sea obligatorio o que la abstención civilista e inteligente desaparezca del mapa electoral del país. Neurosis absoluta.
Necesitan sin duda alguna que un colegio lleve su nombre, un salón elíptico sea bautizado con el apellido de su padre, que una calle que pavimentó le recuerde a las personas que pagan el impuesto por ella, la frase publicitaria de su administración, y ni más faltaba, que su legado de obras y logros gubernamentales sea encumbrado por los siglos de los siglos, sin que a nadie le importe, los cuestionamientos jurídicos que pululan por todos los juzgados y cortes del país. “Robó, pero trabajó por el departamento”. Es el estribillo normal para el resto de los neuróticos, digo gobernados.
Los neuróticos, por tal razón, casi nunca saben lo que quieren y tratan de ocultar su desviación acumulando títulos (El gran colombiano), reconocimientos (El mejor presidente de la historia) o halagos (Derrotó a la subversión, así sea solo en sus estadísticas delirantes), alrededor de sus actividades laborales (trabajar, trabajar, trabajar) o personales (soy frentero, pero mi mejor apellido es, “sanguijuela de alcantarilla”, frase precisa acuñada por la senadora Claudia López). A raíz de esto son agresivos y compulsivos en sus ejercicios conductuales, y les encanta, como para variar, rodearse de un indigno séquito de áulicos, en el congreso los llaman jocosamente pollitos, que cuando el gallo mayor se ausenta del Congreso hunden la reelección que pretendía favorecer a su jefe.
Un neurótico necesita de 7 millones de neuróticos y una Colombia neurótica afligida por la guerra incesante, los índices de desigualdad más degradantes del hemisferio, Una educación anclada en la colonia, la gasolina más cara del mundo, los corruptos más reputados según organizaciones expertas en la materia, los grupos al margen de la ley más viejos del mundo y las bandas criminales más novedosas del planeta.
La Colombia neurótica o los compatriotas que hacen parte de ella, tienden a pasar por encima de los demás por el solo capricho de minimizar su angustia y su sufrimiento. Se afirma también que toda acción que elijan desarrollar para aliviar tales problemas derivados de la neurosis, lo que hace es ratificar un alto grado de vulnerabilidad personal y social que lo empuja a hacer daño a otras personas o a hacérselo a sí mismo.
El ser humano neurótico en la cultura actual es presa de sus propios miedos y temores lo cual lo hace doblemente peligroso. Enfermos de poder o de ira van por todas las regiones del país proponiendo cambiar a la Colombia sana por una nación neurótica que viva hipotecada a la angustia y al sufrimiento.
La angustia y el sufrimiento son la consecuencia directa de tantos votos desesperados y sin sentido de los cuales se nutre nuestra frágil democracia. Esa democracia repleta de una educación represiva y ultraconservadora, terriblemente débil, sigue atemorizando a la Colombia neurótica… y a sus neuróticos, que al paso que vamos seremos todos.
Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.
Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.
Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.