A lo lejos lo observé mostrándoles a los conductores que pasan a alta velocidad, el embudo con el cual se identifica como vendedor de gasolina. Está a la orilla de la vía, a solo 300 metros de la entrada a La Paz.

Me la acerqué a preguntarle si conocía a un mecánico. Había quedado varado cerca a donde él se encontraba y la verdad era el único ser humano que se veía muchos metros a la redonda. Necesitaba compañía mientras la grúa llegaba de Valledupar.

“ Oiga no sé, aquí en La Paz vive el mejor mecánico que he conocido. Pero ese muchacho se acabó en la droga” me dijo Juan, un hombre maltratado por el sol, que no supera los 50 años de edad. Alcanzo a notarle un acento venezolano. “ Yo vivía en Venezuela, pero me vine. Allá estudie operación de maquinaria pesada” dice * Juan, quien ofrece seis canecas de gasolina traídas del vecino país.

Es de pocas palabras, pero vamos entrando en confianza. Al fin de cuentas lo que menos imagina es que soy periodista. Se vuelve mi compañero de infortunio y comienza a destaparse en torno de este negocio. “ La cosa está pesá, uno a veces no vende ni media caneca”, señala con un dejo de nostalgia.

Y es que a pesar de que hoy el precio de la gasolina se ofrece en La Paz a $ 4.500 el galón, poco o nada es lo que se logra vender. “ El negocio es pa los que la traen de Venezuela, a ellos si les va bien” dice Juan al referirse a los llamados capos de la gasolina. Según este pimpinero, a ellos – los vendedores- poco les afecta para bien que haya gasolina y que esté a buen precio. La dificultad es que existe mucha competencia entre pimpineros y que hay poco dinero circulando en las calles. Al menos así se refleja en los escasos compradores, pues solo una camioneta se detiene a unos a preguntar por el combustible en una hora que llevamos hablando.

“Pero si a ustedes le ofrecieran un trabajo fijo, tampoco creo que cambiarían. Ustedes están acostumbrado a esto” le digo a Juan. Es al menos lo que uno piensa que ocurre en La Paz, municipio donde muchos ya no recuerdan que la vida se ganaba en labores del campo o en la venta de almojábanas en tiempos pretéritos.

Es ahí donde me sorprende su respuesta. Lleva mucho tiempo esperando una oportunidad para trabajar en lo que sabe; operar máquinas mineras, pero no ha tenido suerte con eso.

El tiempo pasa y la grúa no llega. A mi celular de pantalla digital y lo último en guaracha, se le agota la pila,. Solo está en el 27 por ciento de la carga. Al de él no. “ Es un robocop” dice. “ Hecho para el combate, a esos se les acaba la batería rápido porque tiene muchas vainas ahí” dice Juan mientras hociquea mi aparato celular.

Llama a alguien. Quiere ayudarme a salir de esta penuria de estar en medio de la nada esperando una grúa que no quiere llegar y a la que tengo derecho por tener mi seguro SOAT al día.

Es hora de correr. A lo lejos con mi moderno celular y su cámara digital, logro observar unas motocicletas acercarse. Parece que vienen en fila. “ Creo que no son policías” le digo. Me siento un pimpinero más. Temo de que me decomisen el combustible que pensé que los capos le daban a sus pimpineros a crédito.” Hay que pagar antes, la semana pasada me quitaron cuatro pimpinas. Me quedé sin plante ese día_” me acabada de decir Juan.

Toma dos de las pimpinas, las lleva a la orilla de la cerca. Las tira, viene por las otras, cuando observa que las motocicletas no están ocupadas por policías del Esmad sino por ciudadanos del común. La tensión ha pasado.

“Este negocio no se va a acabar así como así. Hay mucha corrupción, mucha plata de por medio” me dice Juan. Se refiere a que a pesar de que hace poco tiempo tanto el gobierno nacional como el de Maduro anunciaron medidas contra el tráfico de combustible, la gasolina venezolana sigue entrando a Colombia y vendiéndose como pan caliente aunque existan días malos como este.

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¡Llegó mi auxilio!. No es la grúa. La aseguradora me acaba de confirmar que no hay quien me preste ese servicio. Al parecer a los propietarios de las grúas en Valledupar, solo les interesa trasladar carros y motos al parqueadero municipal para ganarse la comisión que les da el alcalde. ¡Tanta belleza no podía ser cierto!. El mecánico me lleva a La Paz. Mañana volveré por mi carro, y tal vez me encuentre a ese nuevo amigo que me hizo sentir un día un pimpinero más.

* Juan,Nombre ficticio.

 Crónica

Por Limedes Molina Urrego

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