Si. Porque éste es un país estrangulado por las mafias en todos los escenarios del Estado. Mafias de todos los colores y pelambres se han tomado históricamente la democracia colombiana creando un endriago feroz que se devora todos los esfuerzos de una minoría de honestos, la desigualdad social. En eso Colombia es campeón del mundo. Tanto, que hemos tenido Presidentes culebreros, firmemente comprometidos con el hampa, Ministros de defensa ordenadores de falsos positivos y chuzadas, premiados posteriormente con el solio de Bolívar por 8 años.

Alcaldes piraña, Gobernadores rapaces, Senadores transgresores de las leyes, Representantes borrachines, Concejales sindicados de violencia intrafamiliar, Diputados podridos de corrupción… hampones del erario público, de mis sagrados impuestos.

Semejante panorama de delincuencia generalizada es un pésimo ejemplo para la niñez y la juventud colombiana, espectáculo antiético éste suficiente para que cualquiera en su sano juicio se quiera ir del país.

Si. Porque la Educación privada a pesar que tiene los mejores estándares de calidad en sus Colegios no ha podido incidir “productivamente” en la realidad colombiana. Si. Porque la Educación pública, compensatoria a morir, con transporte y alimentación escolar, gratuidad por lo menos en el papel, con currículos obsoletos, docentes de “otro” tiempo, en “este” tiempo, con estudiantes abortados de sus “familias” tampoco influyen “moderadamente” en el contexto donde se educan.

Si. Porque los amantes sibilinos de la violencia colombiana, una élite minoritaria superpoderosa, quienes sin mucho trabajo lograron visibilizar algo más de 6 millones de votos en las elecciones presidenciales pasadas, se oponen fieramente a cualquier amago de paz. Que dos mil o tres mil guerreristas mal contados entre financiadores, ideólogos, propagandistas y beneficiarios directos de la violencia quieran eternizar el modelo de país que tenemos es apenas normal. Pero que una franja respetable de la población alcahueteen estos comportamientos, es como para hacer maletas y no regresar jamás.

Si. Porque la fuerza pública y la rama judicial salvo honrosas excepciones están arrodilladas al dios del dinero y a las mieles del poder. Para ellos la legalidad y la ilegalidad son compañeros inseparables en ese viaje venturoso, en el cual el propósito fundamental es el enriquecimiento económico y la notoriedad social. Ellos, pagados con los dineros públicos, facultados directamente de la defensa de la Constitución política y las leyes, garantes de la vida y de nuestros bienes, hacen parte de una diabólica maquinaria gubernamental que arrasa con todo aquello que huela a derechos humanos.

Sobra decir, que quien quiera irse del país o aquellos que ya lo hicieron, los motivos de ayer y de hoy han cambiado poco. La mayoría de los compatriotas que se encuentran lejos de nuestro terruño se fueron asqueados de la guerra, hastiados de un modelo económico embaucador, fastidiados de la persecución venenosa del Procurador Ordoñez a las minorías sexuales… mamados que los colombianos prefieran el esnobismo de un centro comercial, a los espacios gratificantes de una biblioteca.

No está de más recordar que los cientos de exiliados y aquellos que están esperando turno para emigrar van tras las oportunidades que en Colombia se le han negado. Quizás por no heredar un apellido rutilante, por no ser amigo del que hace los nombramientos, por haber estudiado una carrera que no aplica para ningún cargo, por no ser emprendedor egresado del SENA, por solo saber Inglés urumitero, por no dominar las TICS, por no ser un militante acérrimo del planeta de la lambonería. Quien no cumple con ese curriculum inicuo ha de comprar un tiquete sin retorno.

En este acertijo de irse o quedarse en Colombia existen muchos dilemas a resolver. Algunos piensan que hay que quedarse y servir de rebaño a los apóstoles del crimen en ese repugnante fin único de despedazar lo que queda del país. Algunos que se quedaron e intentaron la quijotesca empresa de cambiar a Colombia están muertos: Jaime Garzón, Jorge Eliécer Gaitán y Héctor Abad Gómez.

Algunos tomaron ingenuamente, imagino yo, o convencidos absolutamente, creo yo, el camino equivocado de la combinación de todas las formas de lucha, para cambiar el esclavismo medieval y el formato finquero con que los dueños del poder diseñaron el ordenamiento legal de Colombia como estado, y como para variar, están muertos. Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán y Manuel Cepeda son una muestra contundente, que quedarse en Colombia es cosa de héroes.

¿Usted se quiere ir? No. De antemano lo entiendo, lo respeto, no lo comparto, pero intento comprenderlo. No tiene ni para dónde, ni con qué irse a ningún lado. No tiene parientes en la embajada de los Estados Unidos, ni amigos de correrías politiqueras en algún consulado remoto. No tiene padrinos políticos que se acuerden de las reuniones masivas que les hacía en plena campaña electoral. No es moza, ni acompañante resignado de aquella figura política que colocaba desde una aseadora en el puesto de salud del pueblo, hasta el gerente de la lotería regional. No es nada de eso, ni de aquello: de la cuna a la tumba, colombiano (a). A cantar el himno nacional se dijo.

¿Usted se quiere ir? No. Con la debida antelación lo entiendo, lo respeto, no lo comparto, cosa que a usted poco le importa, pero intento comprenderlo. Es servidor público por azar, por concurso, por los votos que pone, por su andadura de camaleón politiquero. Llama Doctor a todo parroquiano que saluda, pues le suena a música celestial que le digan “doctor”, así no haya estudiado un doctorado.

Es un consumado contratista del Estado que reparte “diezmos” a sus benefactores, ladrón de cuello blanco, ficha miserable de los delincuentes que desvalijan el erario público o cogobernante al servicio de los grupos al margen de la ley.

Se que los que están fuera de Colombia son carcomidos constantemente por la bestia de la melancolía y quisieran regresar. En el frío de la distancia suspiran con un vallenato bien tocao, con los goles de James Rodríguez, con los inolvidables chistes de los amigos que atizan el fuego de la nostalgia.

Prefirieron el dolor de la ausencia fuera de la patria, a una tumba irrecordable en cualquier fosa común de Colombia. A unos y a otros hay que respetarlos.

Osmen

Osmen Wiston Ospino Zárate
Pedagogo:Normal Marina Ariza Santiago
Licenciado en Administración Educativa: Universidad San Buenaventura
Especialista en Metodologías del Español y la literatura: Universidad de Pamplona
Especialista en Educación con enfasis en evaluación educativa:Universidad Santo Tomás.
Diplomado en Políticas educativas públicas: Universidad Pedagógica Nacional.

Diplomado en Investigación Socio-jurídica: Fundación Universitaria del Área Andina.

Diplomado en Docencia Universitaria: Convenio INFOTEP-Escuela de Minería de la Guajira – EMG.

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