El estudiante acaricia la superficie sedosa de la carpeta impecable. Los apellidos de los compañeros que le anteceden en la lista suenan monótonos, como si la repetición fuese la mecánica indeleble para medir la realidad: Ojeda, Ortega, Ortiz… Afuera el mundo real avanza muy rápidamente, tanto que, Carlos Slim es el nuevo Cristóbal Colón de ésta Latinoamérica fragmentada  y los docentes de Historia insisten obcecadamente con un tal Vasco Núñez de Balboa.

     La profe es alta y reseca, mirada de cuchilla, gafas pequeñísimas sobre una nariz de bombón, mira por encima de los lentes casi siempre y observa a través de los espejuelos cuando va a colocar una mala calificación. Cuando me percaté mi rostro de ese día brillaba en sus anteojos cristalinos. Fue así de rápido.

     Con el penoso discurrir de los días aprendí que la evaluación “privilegia cierto tipo de conocimiento, de ciencia, de aprendizaje, de educación y de la evaluación misma; prefiere ciertos estilos cognitivos, ciertos tipos de inteligencia, ciertas habilidades y ciertos lenguajes que traducen ciertas visiones del mundo (no es gratuito que los bajos desempeños en las pruebas se registren en grupos vulnerables como los indígenas, los negros y los pobres).Por tanto la evaluación es un problema ético y político que obliga a hacer explícitos los supuestos pedagógicos, epistemológicos, ontológicos y axiológicos”(ONPE, 2006).

     Quiero entender a la seño, a la pésima calificación obtenida, quiero saber la diferencia entre Claro y Tigo, entre Rodrigo de Bastidas y Carlos Ardilla Lulle, y no veo nada de epistemologías, preferencias, tipologías, inteligencias… palabras floridas, dulcemente abstractas, que no me dicen nada en relación a la reseña analítica que me robó los sueños sin aprender nada al respecto.

     Recuerdo con una melancolía lánguida de esa que se parece a la peor de las iras apocalípticas todas las fotocopias que leí, los consejos vanidosos del señor Google, la aplicación quirúrgica de las Normas APA, pues las de ICONTEC según ella solo servían para la presentación de trabajos en la República democrática de Chichombia. Es decir, las normas gringas, como para variar, pesan más que las colombianas. Me acordé también que la impresión del trabajo me hizo atravesar medio Valledupar bajo un torrencial aguacero, porque nuestra hijuemadre impresora se trabó con una tapa de gaseosa que mi hermana menor intentaba fotocopiar. Esa noche imagine un 100, un desempeño superior, pero que va, mi rostro en los anteojos de la seño no le dieron el gusto de derramar una lágrima.

     La emputación es un concepto vulgar que sube por la entrepierna, se instala en el corazón e indigna más que una canción sin contenido literario. Así me sentía. Realmente cabreado con el concepto de conocimiento, pues este dizque, “posee una estructura que incluye procedimientos, conceptos y criterios, y que los contenidos pueden seleccionarse para ejemplificar los procedimientos más importantes, los conceptos clave y las situaciones en las que se aplican los criterios” (Stenhouse, 1984). Lo anterior, lo admito, ni lo hice en la reseña, ni me lo enseñó nadie. En ESPN aparece un partido de fútbol y la seño de Historia es la comentarista principal, habla con acento argentino, salpicado de Costeñol e intenta explicar cómo se hace una reseña analítica sin poder. Duermo.

     Es un hecho que la evaluación de los aprendizajes, o para decirlo de otra manera, hacer progresar los aprendizajes de los estudiantes no es el punto final de la evaluación, sino un espacio que nos debe incitar a la reflexión colectiva. En las Universidades e instituciones educativas del país, es decir los docentes, no evalúan, sino que  califican. Por ello cada vez la brecha que se escenifica entre el sujeto que enseña y el que aprende es más extensa e insalvable. En tal caso para que la progresión de los aprendizajes de los estudiantes sea efectiva es necesario saber cuáles habilidades y estrategias básicas domina y qué modelos conceptuales posee.

      En tal sentido lo que le da valor a la evaluación es la calidad de los consensos logrados con la mayor cantidad posible de participantes del acto educativo a cerca de “qué” y “para qué” se va a evaluar. El “qué” y el “para qué” de la seño de los anteojos frente a la reseña analítica presentada es un dilema que se debió resolver a partir de una simple explicación y no a través de ese despótico y odioso estribillo: “investigue, joven, investigue”. Lo que hace formalmente un estudiante en ésta Colombia del año 2016 es visitar religiosamente El rincón del vago con una litro de Coca cola y un paquete de galletas de soda. La seño sonríe con satisfacción desmedida y la férrea asociación entre mediocres se materializa solemnemente. Pérez, el siguiente estudiante que presentó la reseña se burla en mi cara. La seño aplaude enceguecida  y cantaletea con dudoso afecto.

     Sueño con el día en que los mapas conceptuales, ensayos y reseñas sean medios que utilice el docente para recoger información. Imagino a esos profesionales de la pedagogía eligiendo como referencia innegociable la redacción, la argumentación, la contextualización de situaciones socio históricas, las posturas racionales frente a eventos polémicos dentro de sus estrategias de evaluación

     Quizás así, el aprendizaje pueda ser entendido y practicado como un proceso mediado que deba conducir a todos los miembros del acto educativo a un mayor conocimiento de la realidad, su comprensión significativa y la posibilidad que a través de el se puedan generar cambios conceptuales y personales frente a lo que se aprende.

     Mi madre, tan querida ella, se enoja conmigo, yo estoy enojado con la seño, el Coordinador se enoja con la seño, el Rector se enoja con el Coordinador, la Secretaría de educación se enoja con el Rector, el Alcalde se enoja con su Secretario, la Ministra se enoja con el Alcalde, el Presidente sabe, enojado, claro está, que el plebiscito es el instrumento ideal que utiliza la sociedad para “evaluar” qué pasa en las aulas colombianas. Para entender mejor el último párrafo de este texto, reemplace siempre la palabra “enoja” por evaluar y “enojado” por evaluado.

Por Lic Osmen Ospino Zárate

 

 

 

 

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