Si al Presidente Gustavo Petro le dan el premio nobel de paz, ahí si apague y vámonos. Y quiero que me crean. Mi comentario no se basa en animadversión que tenga hacia el primer mandatario. Sí, es cierto, para mí es el peor presidente que ha tenido el país, pero si yo jurara, les juraría que no es por eso que pienso que el premio es inmerecido.

La primera razón es que a uno no le pueden dar un premio de ese tamaño simplemente por una intención. Porque hasta el momento es eso lo que hace en términos de paz el mandatario colombiano.  “ El camino al fracaso está pavimentado de buenas intenciones” escribió el médico y motivador Camilo Cruz. El escritor británico Walter Scott escribió “ El infierno está empedrado de buenas intenciones”. Y eso, buenas intenciones, es lo que ha tenido Petro en el tema de paz. Intenciones que lo han llevado a sentarse  a hablar con todos los grupos armados, una apuesta ambiciosa por parte del presidente, en donde sin embargo, dichos grupos han mostrado su naturaleza, mordiendo la mano de quien se la tiende, midiéndole de paso el aceite al mandatario.

Por más que a muchos no les haya gustado que Juan Manuel Santos obtuviera  el premio Nobel de Paz en 2016, hay que abonarle al ex jefe de estado, que logro algo que muchos intentaron, y es acabar con la guerrilla de las FARC. Aunque a medias, el grupo se desmovilizó, y eso se merecía un premio. Petro no va ni por la mitad de lograr su paz total, porque ha querido hacer la paz, sin pacificar, que ojo,  son dos cosas diferentes, Hacer la paz significa muchas veces  ceder demasiado, mientras que pacificar es sinónimo de incluso usar las armas de Estado para lograrlo, poniendo orden, debilitando al enemigo, no dejándole otro camino sino es el de sentarse a dialogar. Eso hace un presidente, como Santos lo hizo en su momento, propinándole los más duros golpes a la guerrilla de las FARC. La paz total está lejos aún, y un nobel en manos de Petro, flaco favor le haría, porque lo pondría a dormir en sus laureles. Laureles aún endebles, utópico.

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