Si Oscar Iván Zuluaga hubiese sido presidente, no se hubiese salvado del escándalo de Odebrech, pero si de un carcelazo, como está a punto de ocurrirle.
Con la dignidad de presidente sobre sus hombros, tendría la inmunidad cobijándolo, y por ende la Comisión de Acusaciones del Congreso, más conocida como la Comisión de Absoluciones, le habría archivado el proceso. Zuluaga pudiera haber dicho, “todo fue a mis espaldas”, como Ernesto Samper, y ya está. Después como ex presidente, a pontificar como lo hace el hombre del 8 mil.
Pero No, Zuluaga perdió las elecciones ante Juan Manuel Santos, y hoy tiene que comparecer ante un juez, a donde lo lleva la Fiscalía que no le perdona ni media. El Fiscal encargado de llevar el caso, es nada más y nada menos de Andrés Palencia, un vallenato al que no le tiembla la mano, mucho menos la voz.
Contra todo pronóstico, ni Oscar Iván ni su hijo aceptaron cargos, así las cosas, se irán a juicio, aunque por ahora seguirán gozando de la libertad.
Pero ¿qué nos enseña el caso de Oscar Iván Zuluaga y su hijo? Varias a mi modo de ver. La primera, una vez más queda en evidencia que a nuestros candidatos poco o nada le importa de dónde provenga el dinero para financiar sus campañas, lo importante es ganar. Punto.
Que delinquir en familia se volvió moda. No importa si le dañas la vida a tus hijos.
Que el papel lo aguanta todo. Una cosa es lo que se gasta una campaña y otra cosa lo que en verdad reportan estas ante las autoridades electorales.
Pero por último, la enseñanza que nos deja este caso, y que nos recuerda el proceso, es que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, aunque la sociedad ya haya condenado a los sindicados, esta vez basado en pruebas muy contundentes. Tan contundentes que el Centro Democrático, partido de Zuluaga, ya le dio la espalda.
Oscar Iván Zuluaga, el ocaso de una promesa política.
