“ A la gente hay que creerle” solía decir Álvaro Gómez Hurtado. Dicha frase que ha hecho carrera, está basada en el principio de la buena fe y de la presunción de inocencia.  Mantener esa posición, ese respeto, es lo que lleva a algunos a meter la mano al fuego por otros. Como lo ha hecho el expresidente Álvaro Uribe con militares implicados en falsos positivos, y ahora con su amigo Oscar Iván Zuluaga, hundido hasta el cuello en el caso Odebrech.

¿O Uribe es el más inocentón o exagera al adoptar el dicho de Álvaro Gómez? Lo cierto es que el ex mandatario celebró su cumpleaños número 71, visiblemente triste por las ultimas decepciones recibidas. Toma distancia el expresidente. Tampoco uno puede irse a la tumba con los amigos.

Pero el efecto teflón sigue firme. Mientras los cercanos a Uribe se hunden, la gente sigue creyéndole al ex mandatario, quien por otro lado enfrenta otros pendientes con la justicia. Uno no sabe cómo duerme tranquilo con tanto lio en la cabeza.

Pero me regreso al caso Zuluaga. Manteniendo también firme el respeto por la presunción de inocencia, vale decir que lo del excandidato presidencial es una muestra de lo que pasa no solo en las campañas presidenciales como ocurrió con Samper, quien permitió a sus espaldas que ingresara dinero del narcotráfico a su campaña. Hoy ríe y respira tranquilo y posa como adalid de la moral pese al elefante que no vio entrar.  

Lo de Zuluaga, lo de Samper, pasa en las campañas regionales. Candidatos que hasta hace poco no tenían ni donde caer muertos, se dan el lujo de abandonar sus empleos, sus actividades cotidianas para adelantar campañas, hacer derroche de dineros instalando vallas, pagándole a colaboradores para los puerta a puerta, y para desplazarse a municipios, corregimientos. ¿De donde sale la plata, quién está financiando?. La respuesta es obvia: los que hoy invierten hoy son los dueños de los contratos mañana, los que manejan al mandatario como un títere, los que ganan las concesiones.

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