Querer dirigir los destinos de tu municipio o de tu departamento, es un derecho legítimo que tenemos todos los colombianos. En un país donde las buenas ideas son parte de la comidilla diaria, es normal que todos aportemos alguna idea para tratar de mejorar las condiciones en las que viven nuestros pueblos. Pero algunos, aparte de aportar las ideas, quieren ser los que las ejecuten. Quieren pasar de asesores, a hacedores. Muchos se cansan de botar corriente y deciden presentar su nombre para ser el próximo candidato.

Hasta hace unos años, pretender ser candidato era una posibilidad reservada para los mejores preparados, para los más respetados y admirados, para los más deseados por los electores. Ahora es una posibilidad para todos. Para los más preparados, pero también para los más locos y soñadores, para los que más seguidores tienen en las redes, para los que se sienten capaces y para los que se sienten capaces pero que saben bien que no lo están, y para aquellos que lo único que quieren es salir de pobres.

Cuando observo la baraja de aspirantes tanto a la Alcaldía de Valledupar como a la Gobernación del Cesar, me pregunto; ¿serán sanas sus intenciones? Y algo me dice que hay uno que otro que  no tiene esas sanas intenciones, sino que les seduce el poder y el dinero. Ya echaron lápiz y saben que luego de cuatro años de gobierno podrían durar 8 o 12 enredados en líos judiciales, pero el colchón lo tendrán preparado para aguantar caída, pagar abogados y soportar carcelazos. No importa lo que lloren sus hijos, lo que sufra su pareja, importa lo que hay en la cuenta bancaria.

Se volvió difícil creer en cualquiera de los aspirantes. Yo que he amado tanto la democracia y que la defiendo a capa y espada, pero que he recibido tantas decepciones como la mayoría de ustedes que me escuchan, hoy soy un escéptico, un incrédulo de las buenas intenciones de estos que han visto tan malos gobernantes últimamente, que se envalentonaron para lanzarse al agua.

Por Limedes Molina Urrego

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