Se cumple un mes desde que el grupo terrorista Hamas, decidió ingresar a territorio israelí y matar a más de 1.400 personas indefensas, y secuestrar a otro importante grupo. Un mes, 30 días, desde que Israel decidió reaccionar dando muerte a cientos de personas, en una respuesta que a todas luces es desproporcionada. En tierra santa, se vive una guerra que de santa no tiene nada. Y mientras tanto, el mundo simplemente observa como niños claman, lloran, por ver caer a los suyos, por saber que son ahora huérfanos, y porque muchos de sus amiguitos también cayeron en los bombardeos.
La guerra es así, dura, difícil, implacable, injusta. No tiene la guerra explicación, por mucho que existan razones explicables de por qué se enfrentan los hermanos. La guerra de un Estado contra un grupo terrorista que se ganó en las urnas, la representación de otro territorio. No sabemos a veces los electores, las consecuencias de elegir a quien es el menos indicado para llevar las riendas de un pueblo.
¿Quién detiene a Israel en su respuesta implacable?. ¿Quién le garantiza a Israel que al detenerse, el grupo Hamás también lo hará?. ¿La voz de un presidente de un país como el nuestro, alzándose ante líderes del mundo como Joe Biden, que ni bolas le para, podrá servir de algo?.
Aquí seguiremos, 11.498 kilómetros de distancia del medio oriente, siendo simples espectadores a través de nuestros televisores, de nuestros dispositivos, llenos de impotencia, haciendo lo que nos toca, orar por la paz de Israel, que es la misma de Gaza.